martes, 27 de marzo de 2012

¿Qué cosas nos relajan?

La Relajación es considerada como un estado del cuerpo en el que los músculos están en reposo. En este estado uno puede llegar a alcanzar la calma y sentirse pleno y confortable.

Se han desarollado una serie de técnicas (fisiológicas, de visualización , entre otras) aplicándose en diferentes situaciones vitales y en el tratamiento interdisciplinar de enfermedades o estados o situaciones de estrés y, como no, en la lesión medular como abordaje del dolor, la ansiedad y los trastornos del sueño.

En este mundo que "va a mil por hora" y en el que no hay tiempo para nada, todos experimentamos estados de ansiedad y estrés de mayor o menor envergadura. Cada uno afronta estos estados de diversas maneras o, dicho de otro modo, a cada uno le relajan unas cosas. Invito a participar a los seguidores de esta blog volcando al mismo las cosas que a cada uno le relajan.

Ya que yo hago esta propuesta, comento lo que más me relaja a mí. A mí me produce un especial estado de bienestar el sonido de las campanas así como el sonido de la olas del mar.

17 comentarios:

  1. A mi me relaja muchísimo unas cosquillitas suaves en los brazos y en la espalda. Y después de la lesión, mucho más (tengo mayor sensibilidad).

    Ver el jugar y el devenir de mis gatos.

    Escuchar cierta música.

    Conducir.

    Admirar horizontes, cielos estrellados, bosques verdes, mares y nubes.

    Y sobre todo contemplar los ojos azules de Clau.

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué suerte Horacio, cuántas cosas te relajan! A ver si se anima la gente a compartir sus cosas con nosotros y ofrecer sugerencias para relajarnos.

    ¡Qué bonito lo de los ojos de tu Clau!, tiene que estar orgullosa.

    Añado más cosas que me relajan : las puestas de sol, el cielo nocturno en cualquier fase de la luna. El sonido de las encinas con el viento, el silencio etc..

    ResponderEliminar
  3. Para relajarme me gusta leer o cocinar.
    Aunque lo que más me relaja, es meterme en la bañera llena de agua y burbujas.

    ResponderEliminar
  4. ¿Cosas que me relajan?

    1. Las hojas de té deslizándose en el fondo de un taza. Su sabor amargo, el calor en las mejillas al beberlo.
    2. Las nubes moviéndose despacio en lo alto y el silencio alrededor.
    3. Imaginar el espacio entre las estrellas.
    4. Tomar el sol en la terraza después de comer, cuando las calles están vacías y sólo se escucha el rumor del viento en los geranios.
    5. Mirar a los ojos de un animal.
    6. Las comidas en el campo on la familia.
    7...

    ResponderEliminar
  5. Llenar la bañera de agua y espuma y darme un baño.
    Leer y cocinar

    ResponderEliminar
  6. A mi, igualmente, me gusta tomar el sol, sobre todo el de invierno, y que éste me caliente mi pelo.
    Me encantan las formas tan dispares de las nubes, las grullas cuando pasan.

    El domingo, muy temprano, oí gaviotas y me trasladaron al mar. Las gaviotas, aunque ahora están en las ciudades y sus vertederos, para mí están ligadas al mar y a mi infancia.

    Los pájaros, no todos, también me relajan y me inspiran cuando escribo. Me anuncian la llegada de una u otra Estación : el petirrojo, el otoño y el frío; los carboneros, jilgueros, herrerillos, mirlos, pinzones, currucas y verderones, la primavera.

    También me gusta comer en el campo, al aire libre. Me atrae, especialmente, el olor a leña, anunciándome el calor junto a la chimenea.

    En fín, son tantas las cosas que me gustan y relajan.........

    Gracias por tu aportación.

    ResponderEliminar
  7. A mí me relaja especialmente mirar el mar. "El mar, el mar y no pensar en nada" como diría Gerardo Diego.
    Pero también el sonido del agua en general, cuando fluye de las fuentes, cascadas, manantiales... y cuando paseando por un sendero, junto a un riachuelo, puedo oirla y verla discurrir entre los cantos, ese agua pura que baja de la sierra, del deshielo, para refrescarnos el cuerpo y el espíritu.
    Son tantas cosas... tumbarme en la playa, darme un baño en el mar y pasear por la orilla disfrutando de la brisa marina,admirar un paisaj o una puesta de sol, descubrir las constelaciones fuera de la contaminación lumínica de la urbe, disfrutar de la lectura de un buen libro, de una música o de una comida en buena compañía, salir al jardín con los árboles frutales en flor y las plantas que renacen, ver como los pájaros e insectos se hacen dueños y señores del espacio que nos rodea ignorando que estamos allí.
    En fin, tantas como para aburrir a cualquiera, otras que por simples no menos importantes, hacer punto de cruz, cocinar un nuevo plato... Todos tenemos motivos suficientes, creo yo, como para encontrar algo con qué relajarnos. Sólo hay que darle rienda suelta a la imaginación.

    ResponderEliminar
  8. Bien dices, Pilar, que es cuestión de dar rienda suelta a la imaginación. Ya ves, a mí también me relaja la costura, la lectura, escribi,la playa, el baño ya sea en el mar o en la piscina, una buena ducha.

    Creo que el sonido del agua es muy atractivo para la mayoría de las personas pero, cunado es excesivo y continuo, me crea más malestar que relax. Hablando de agua, recuerdo gratamente el sonido del agua en los Jardines de la Alhambra de Granada.

    Veo que la gente se va animando a contarnos lo que le relaja. ¡Cuánto nos quedará por descubrir!

    ResponderEliminar
  9. Me relaja llenar la bañera de agua y espuma y darme un buen baño.

    También me relaja la lectura, la cocina. Un saludo

    ResponderEliminar
  10. Pues si que relaja darse un buen baño pero vamos tan deprisa que creo que todos hemos perdido esa "sana "costumbre así que habrá que buscar un hueco para darse un buen baño con o sin espuma.

    Gracias por compartir las cosas que te relajan. Espero que todas estas sugerencias que se van volcando al blog, las pongamos en práctica y experimentemos.

    ResponderEliminar
  11. De Juan Ramón Jiménez en el libro “Guerra en España”. Seix Barral, 1985. POLÍTICA POÉTICA. EL TRABAJO GUSTOSO. (Conferencia)

    Uno de los ejemplos de “trabajo gustoso” que puso en ella. El que viene aquí más a cuento. Hay tres más. El carbonerillo de Palos que ayuda a bien morir a su burra. Un jardinero sevillano que no puede vivir sin la maceta de hortensias que vendió un día. Y un mecánico malagueño que porque lo trata bien sabe arreglar un coche. Con su poesía y ortografía:

    El REGANTE GRANADINO

    Al oscurecer estaba yo sentado en la escalerilla del agua, Generalife, Granada sola, cansado con la delicia de una tarde de sucesivo goce paradisíaco, sumido sombra sin peso ni volumen, en la sombra grande que crecía, tintando moradamente, nutriéndolo todo de celeste transparencia, hasta dejar desnudas y en su punto las estrellas.

    El agua me envolvía con rumores de color y frescor sumos, cerca y lejos, desde todos los cauces, todos los chorros y todos los manantiales. Bajaba sin fin el agua junto a mi oído, que recojía, puesto a ella, hasta el más fino susurro, con una calidad contajiada, de esquisito instrumento maravilloso de armonía; mejor, era, perdido en sí, no ya instrumento, música de agua, música hecha de agua sucesiva, interminable. Y aquella música del agua la oía yo más cada vez y menos al mismo tiempo; menos, porque ya no era esterna, sino íntima, mía; el agua era mi sangre, mi vida, y yo oía la música de mi vida y de mi sangre en el agua que corría. Por el agua yo me comunicaba con el interior del mundo. Se oía más finamente cada vez el agua granadí, a medida que el aire oscurecía y a medida que el agua sonaba; y me afinaba más, más sonando y resonando el alma, hasta hacerme no oír, decir siendo lo que ella sin duda era o decía.

    ... Me di cuenta, de reojo, que una sombra estrecha de hombre estaba de pie apoyada en lo blanco mate, todo solo y silencio, oído total absorto, hecho sombra aguda de hombre; otra sombra como yo, en la baranda de la escalera. Me pareció que se acercaba con esmero y vaguedad. En fin, habló en un tono que no impedía nada oír el agua. Y:

    “Oyendo el agua, ¿eh?”

    “Sí, señor”, le contesté poniéndome de pie en mi sueño. “Y a usted también parece que le gusta oírla”.

    Entre los dos, yo en un descanso empedradillo de la escalera, él del otro lado del pretil, el agua seguía viniendo, mirándonos cada segundo un instante, huyendo luego, deteniéndose quizá un punto para mirar arriba, hablando para abajo, cantando, sonriendo y sonllorando, perdiéndose, saliendo otra vez, con hipnotizante presencia y ausencia, con no sé qué verdad y no sé qué mentira.

    “No me ha de gustar, señor”, me dijo, “si hace ya treinta años que la estoy oyendo”.

    “Treinta años”, le dije desde no sé qué fecha y sin saber bien los años que le decía mi boca.

    “Figúrese usted las cosas que ella me habrá dicho” - Y luego: “Lo que he oído”.

    Y se deslizó noche abajo, y se perdió en lo oscuro y en el agua.

    ResponderEliminar
  12. ¡Fabuloso y lleno de belleza este fragmento de "El regante granadino"!.

    Apenas he leído a Juan Ramón Jiménez. Este fragmento me ha descubierto palabras nuevas como "sonllorando". ¡Qué riqueza de expresiones!.

    Está claro que el sonido del agua "embelesa" a mucha gente.


    Me ha gustado, especialmente, el párrafo al que hace alusión a los años que lleva oyendo el agua y a las cosas que ésta le ha dicho.

    Gracias a este anónimo ? aunque no nos ha dejado aquí las cosas que le relajan a él.

    ResponderEliminar
  13. A máquina no eléctrica, eléctrica o informática, me relajaba copiar por ejemplo textos como el de JRJ sobre el trabajo gustoso, hablar y escuchar tras repartir las fotocopias. Así que ahora me relajaré con el trabajo de volver a la carpeta de JRJ y copiar, pegar y repasar las palabras de la historia del carbonerillo encantado de ver morir contenta a su burra. (Palabras. “Sonllorar”, ocurrencia de JRJ, es un neologismo no recogido por la RAE).

    Dicen que la palabra “trabajo” proviene de “tripalium” (‘tres palos’), antiguo instrumento de tortura sobre el que se extendía al reo… Demasiados trabajos siguen haciendo cabalgar a demasiada gente sobre un caballo así. Se dirá que no siendo l.m., desde fuera… Pero por poco que se piense en el "mundo laboral", no resulta difícil llegar a formularse una pregunta más o menos como la siguiente. A la vista del no muy abundante trabajo gustoso, la famosa “silla” que tanto rueda por este blog ¿no puede acabar siendo una garantía de que al menos nos podemos evitar las peores torturas a lomos del ”tripalio”? A cada l.m., de una u otra manera se le pasará, o se le debería pasar, tal cosa a diario por la cabeza. La autora de este blog lo recuerda además con frecuencia. Amarrados a la dura silla, en este siglo, con medios como internet, podemos acceder fácilmente a verdaderos trabajos gustosos.

    Aunque más que de los medios o los enteros, la lección principal nos la da el azar del espíritu moviéndose por las entretelas de unos u otros seres humanos actuando y contemplando. Es decir, que esa lección principal nos la da

    EL CARBONERILLO PALERMO

    Era tosco y feote el chiquillo de Palos, con unos claros ojos de fija redondez. Guardaba carbón en el monte, y lo traía al pueblo en una burra vieja, digo, entre una burra vieja y él. No se montaba nunca en la burra cargada con los sacos, la ayudaba con cuidado de niño.

    La burra era para él la compañera de lo más largo de su vida, burra madre, burra hermana, burra amiga. En el campo solo, la burra era su espejo y su eco, lo era todo para él. Le llenaba el monte de vida tibia. Y con ella no se sentía vacío de cuerpo ni de alma por los arenales perdidos.

    Aquel invierno la burra cayó mala. El carbonerillo, concentrado su amor, hacía todo lo posible por comprenderla, por adivinar qué tenía, para sanarla. Horas largas, inmensas horas de angustia inesplicable en el monte. Viento en las copas de los pinos, pajarillos ajenos, horizontes más lejanos.

    Cuando ya la burra se echó y él no podía moverla, ideó cuidarla, entretenerla a su manera. La rodeó de paja, le traía hierba fresca, le ofrecía su pan y aceite, su sardinilla, su naranja. Se pintaba la cara con almagra y cisco y le bailaba así unos raros simulacros, unas mojigangas estravagantes; le contaba, echado contra ella, unos largos cuentos, le cantaba sevillanas, peteneras, malagueñas con letra propia y alusiva.

    Sintió frío y le encendió a la burra una buena candela y se la mantuvo, hora tras hora, hasta que la burra se murió.

    “¡Pero la burra se murió contenta!”, decía, con su lagrimón sucio temblándole. Contenta la burra comprendida y amada del niño contento; el triste, el humilde trabajadorcillo.

    ResponderEliminar
  14. Enternecedor pasaje y humano personaje este carbonerillo del que bien debiéramos todos aprender a querer como el quiere. Ojalá que todos nos muriéramos tan contentos como esta burra. Se muere mal, la mayoría de las veces, en hospitales y atados a grandes artefactos y en un entorno deshumanizado.

    Respecto a cómo disfrutar después de la lesión, es todo un mundo por descubrir para el l.m.. Ya son muchos los que me consta que disfrutan, trabajan o viven de manera más "gustosa".

    Gracias una vez más, Manuel, por traernos estos pasajes y si, además, a tí, te relaja, mejor que mejor. Serás nuestro compañero "gustoso" del blog.

    ResponderEliminar
  15. Cuarto ejemplo de trabajo gustoso que puso JRJ en su conferencia.

    EL MECÁNICO MALAGUEÑO

    Salíamos de Málaga difícilmente. El coche se paraba a cada instante “jadeando”. Venían mecánicos de este taller, del otro. Todos le daban golpes aquí y allá sin pensarlo antes, tirones bruscos, palabras brutas, sudor vano. Y el coche seguía lo mismo. Con grandes dificultades pudimos llegar a un taller que nos dijeron que era muy bueno y estaba a la salida, cuesta de la carretera de Granada, no me acuerdo del nombre.

    Salió despacio al sol matinal, del ancho fondo negro, un hombre alto, lleno, sonriendo dueño de sí mismo. Vino seguro al coche, levantó con exactitud la cubierta del motor, miró dentro con precisa intelijencia, acarició la máquina como si fuera un ser vivo, le dio un toquecito justo en el secreto encontrado y volvió a cerrar en ritmo y medida completos.

    “El coche no tiene nada. Pueden ustedes ir con él hasta donde quieran”.

    “Pero ¿no tenía nada? ¡Si lo han dejado por imposible tres mecánicos!

    “Nada. Es que lo han tratado mal. A los coches hay que tratarlos como a los animales (no dijo personas). Los coches quieren también su mimo”.

    Cuando dimos la vuelta y tomamos confiados y tranquilos la bella carretera alta, felices por obra y gracia del buen mecánico, entre la fuerte naturaleza rica de junio, yo miré atrás. El mecánico malagueño estaba azul en la gran puerta negra, las manos a la cintura, acompañando al coche con firme complacencia.

    ResponderEliminar
  16. Y quinto y último.

    EL JARDINERO SEVILLANO

    En Sevilla, Triana, y en un bello huerto sobre el Guadalquivir, calle del Ruiseñor, además (y parece demasiado, pero estas coincidencias son el pueblo auténtico). Desde el patio se veía ponerse el sol contra la Catedral y la Giralda, términos rosafuego entre el verde oscuro. El hortelano jardinero, hombrote fino, vendía plantas y flores que cuidaba en su mirador con esmero esquisito. Quería a cada planta y cada flor como si fuesen mujeres o niños delicados, y aquello era una familia de hojas y flores. Y ¡le costaba tanto venderlas, dejarlas ir, deshacerse de ellas! Este conflicto espiritual (los tenía a diario) fue por una maceta de hortensias.

    Vinieron a comprársela, y él, después de pensarlo y dudarlo mucho, quedó comprometido en el trato. La vendía, pero a condición, impuesta por él, de vijilarla. Y se llevaron la hortensia. Durante unos días el jardinero estuvo yendo a verla a la casa de sus nuevos dueños. Le quitaba lo seco, la regaba, le ponía o le sacaba una poquita de tierra, le arreglaba las cañas. Antes de irse estaba un rato dando instrucciones para su cuido: “Que debe regarse así o no asá; que el sol no tiene que darle sino de este modo; que mucho cuidado, señora, con el relente; que lo de más acá, más allá”.

    Los dueños se iban ya cansando de sus visitas. (“Bueno, bueno, no sea usted pesado. Hasta el mes que viene, etcétera”), y ya el jardinero iba menos, es decir, iba lo mismo, pero no entraba. Pasaba por la calle y veía la hortensia por la cancela. O entraba rápidamente, pasando su vergüenza, con un pretesto: “Aquí traigo esta jeringuilla que me he encontrado, para que la rieguen ustedes mejor”, o “que se me había olvidado este alambrito”, o lo otro. Y con estas disculpas se acercaba a “su” hortensia.

    En fin, un día llegó nuevo y decidido: “Si ustedes no quieren que yo venga a cuidarla, me dicen ustedes lo que les doy por ella, porque yo me la llevo a mi casa ahora mismo.” Y cojió entre sus brazos el macetón añil con la hortensia rosa y, como si hubiese sido una muchacha, se la llevó.

    ResponderEliminar
  17. Cada pasaje nuevo de Juan Ramón que introduces, me sugiere algo o, más bien, mucho, Manuel.

    El pasaje del coche así como el del jardinero, me hacen pensar sobre la creencia que algunas personas tienen acerca de cómo hay que tratar las plantas : "hablarles, cuidarlas con mimo, sacarlas fuera cuando llueve ....". Ese agua de lluvia dicen que es la más beneficiosa.
    Si nos esmeráramos así con lo que queremos o con quien queremos, nos iría mejor. Dice el refrán que "donde hay confianza da asco".


    Las hortensias, me traen el recuerdo de mi madre, su flor preferida, que se traía de cada sitio que visitaba. Le gustaba, especialmente, "robar" un tallito de aquí o de allá como si ese esqueje cortado furtivamente prendiera mejor que ninguno. Se le daban bien las plantas aunque no les hablaba ni las cuidaba con el mimo del jardinero de JRJ. Creo que, como con los hijos, sus plantas salían adelante sin muchos "cuidos" dejando que crecieran y se desarrollaran sin estar demasiado encima.

    El pasaje de el jardienro me evocó Sevilla pero más que Triana, Santa Cruz. ¡Qué nombre de calle tan sonoro! : "Ruiseñor". Huerto cerca del Guadalquivir, todo un lujo.

    ¡Quién no ha suspirado con el "rosafuego" de los atardeceres!. Yo misma, muchas tardes desde mi casa.

    Gracias por contribuir a que nos relajemos y nos recreemos.

    ResponderEliminar