Este año pensé en u Jurado que hiciera un poco de filtro para que los ganadores no lo fueran solo por el número de votos o de amigos que uno tiene sino por el cuento en sí mismo. Quiero agradecer a todos enormemente su colaboración y disposición. Como dice uno de los miembros del jurado, ha habido muy buenas intuiciones, unas mejor escritas que otras pero todas de un inestimable valor.
Ya sabéis que los cuentos, independientemente de que recibieran muchos votos a través del facebook o del blog, deberían ser votados por al menos dos miembros del jurado. Así, puede sorprender que dos cuentos que no tuvieron tantos votos, hayan resultado ganadores. El orden se ha establecido tras haber sido seleccionado por el jurado más la suma de los votos de facebook/blog.
Los ganadores son :
1º Premio "Las tardes del central" de Aquilino González (votado por dos miembros del jurado)
2º Premio :"La abuela" de Elena Prous (votado por los cuatro miembros del jurado)
3º Premio "El valor de una lata de refresco" de José Manuel Ara (votado por dos miembros del jurado)
3º Premio "El valor de una lata de refresco" de José Manuel Ara (votado por dos miembros del jurado)
Los vuelvo a colgar aquí por si alguien los quiere volver a leer y le es más accesible desde este Post
NOTA :En el caso de que los dos primeros ganadores no quisieran o no pudieran disfrutar del premio (espero que esto no suceda) por logística (distancia geográfica, p.ej.) sería comunicado a los siguientes por orden de votación.
1º Premio Un fin de semana para dos personas en la Casa Rural "El Rinconcito de Gredos"
Las tardes del Central
Aquilino González
2ºº Premio : Una comida para dos personas en el Restaurante Venta de Aires de Toledo
NOTA :En el caso de que los dos primeros ganadores no quisieran o no pudieran disfrutar del premio (espero que esto no suceda) por logística (distancia geográfica, p.ej.) sería comunicado a los siguientes por orden de votación.
1º Premio Un fin de semana para dos personas en la Casa Rural "El Rinconcito de Gredos"
Las tardes del Central
No era el más inteligente de los asiduos de aquella pintoresca calle, donde las voces de los comerciantes y tenderos de los viejos locales se entremezclaban con las de los turistas foráneos que últimamente, y cada vez con más frecuencia se dejaban caer por aquel rincón. No era el más guapo ni el más locuaz de los que por allí se asomaban cada día y sin embargo su presencia no pasaba inadvertida para nadie, tampoco su ausencia si algún día no se dejaba ver.
Solía dejarse caer por allí a primera hora de la tarde cuando el sol se retiraba de la terraza del café Central, donde se tomaba un cortado mientras veía como el bullir de la calle superaba la perezosa hora de la siesta. Intercambiaba saludos, conversaciones y alguna que otra confidencia con los vecinos que hasta allí se acercaban. Lejos quedaba ya aquella mañana en la que por primera vez se había aventurado por la calle sintiendo las miradas curiosas y llenas de lastima de sus moradores.
Atrás quedaban también los primeros contactos con aquellos que lo percibían como una “rara avis” que se había colado en el barrio y que titubeantes y sin saber muy bien que decirle, ni cómo tratarle se acercaban a conocerlo.
El era una persona que conectaba muy fácilmente con la gente, de amena conversación donde cualquier tema era bienvenido. Si había que hablar de política, pues se hablaba, que si tocaba futbol, no había problema, había carrete para ello (eso sí, siempre defendiendo que Casillas debía ser el portero titular del Madrid) y cuando se iban agotando los temas tirar del tiempo contentaba a todo el mundo.
En unas semanas su buen rollo se había ganado al vecindario y más de uno seguía la estela de su silla de ruedas eléctrica, sabedor de que era un tipo interesante. El Central, a la hora que Juan iba, acabo albergando a una curiosa tertulia, donde el siempre solía llevar la voz cantante.
Fue entonces cuando el empezó a hablarles de los viajes que había realizado antes de tener su lesión medular, experiencias muchas veces que rozaban la aventura y que le habían dejado múltiples anécdotas, que cuando las contaba, siempre mantenían al vecindario en vela. Como aquella vez que había cruzado América del Sur, desde la frontera mexicana hasta la lejana Patagonia, en vagones de tercera llenos de gallinas, narcos o guerrilleros. O aquel otro en que alojándose en cabañas de pescadores y remontando el río Nilo en barca desde el delta hasta más allá de la primera catarata, cerca de la frontera de la vieja Nubia, había conocido el Egipto milenario de los antiguos faraones.
A su lado siempre había una buena historia que oír, historias que siempre se acababan enlazando con otras y que hacían que aquellas amenas tardes del Central se convirtieran en un bálsamo donde olvidar los problemas y las penas que aquellos vecinos pudieran tener.
Juan también les hablaba de futuros proyectos, les contaba que estaba en su ciudad de paso, intentando reponerse físicamente y económicamente para poder acometer futuras aventuras. Ellos le escuchaban con admiración a la vez que con pena. No por su condición física, ni por esa luminosa silla que se convertía en una prolongación de su cuerpo tetrapléjico, sino porque estaban convencidos de que así sería y que un buen día se marcharía, y que de esas tardes que tanto habían cambiado sus rutinarias vidas sólo quedaría el recuerdo, que eso sí, seguro que mantendrían vivo entre todos.
Y un día se dieron cuenta de que ese era “el día”, porque durante la mañana no escucharon en ningún momento el zumbido de la silla electrónica desplazándose por la calle o entre sus comercios. Luego, como cada tarde, acudieron a la hora habitual al café Central, pero Juan no se presentó. Durante varios días siguieron acudiendo, con la falsa esperanza de que fueran contratiempos accidentales los que impedían que Juan no hubiera regresado por allí. Pero los días fueron pasando y las hojas del calendario cayendo hasta que definitivamente, los pocos que todavía iban se fueron haciendo a la idea de que Juan no volvería. Se había ido como había venido, de repente y en silencio, pero a cada uno de ellos les había dejado un vacio que tardarían en llenar.
Entonces fue cuando llego una carta al café Central, con una extraña dirección en el remite que no acertaban a ubicar. Al abrirla se encontraron con una foto de Juan muy abrigado en un andén de una vieja estación en medio de una estepa nevada, delante de un largo tren, que parecía que estaba a punto de iniciar su marcha.
Detrás de la foto una escueta nota.: “ En el transiberiano, dirección Vladivostok. Nos veremos de nuevo en el Central”
Aquilino González
2ºº Premio : Una comida para dos personas en el Restaurante Venta de Aires de Toledo
La abuela.
Mi abuela era una visionaria conocida internacionalmente que nació y vivió en un pueblo que no superaba los 139 habitantes. Con 6 años, por intentar proteger a un gato negro de la pedrada del espabilado de un primo suyo, se la llevó ella en la espalda y se sentó en una silla de ruedas el resto de su vida. Aunque su madre la aparcó delante de la ventana, mi abuela hizo de todo. Su mejor amiga, Piluca la vecina, la enseñó a leer y escribir, y mi abuelo, el cartero, le ayudó de buena gana a ser madre soltera. Mi abuela nunca se quiso casar porque se consideraba una mujer libre, así que con la gracia vista como desgracia, su madre la echó de casa por vergüenza – Anormal de moral distraída – le dijo-. Y se tuvo que mudar con el cartero cerca del ayuntamiento. Mi abuela se enteraba de todo lo que pasaba en los plenos y de todo opinaba. Opinaba tan bien, que la fichó el Partido Socialista Obrero Español y terminó de concejala de cultura. La única mujer de la plana política de Cantalacaña, la más querida y devota de su equipo de fútbol, el cantalacañés. Nunca les vio jugar, pero eso no importó para que terminara de presidenta del mismo. Porque cuando el teléfono llegó a su casa, mi abuela no lo soltó hasta conseguir un buen esponsor; Patatas Estilito, que les compró unas equipaciones más que nuevas, que les motivaron tanto, que terminaron una temporada en primera división. Ese año mi abuela pilló cacho de unas comisiones y se pagó un viaje a París con Piluca, que sabía francés. Mi abuela pasó de revolucionar Cantalacaña desde el salón de su casa, a visitar el Luvre, donde conoció a un pintor con el que se carteaba correo caliente ante las manos de mi abuelo, que nunca abrió una carta, pero que no la dejó volver a París.
Mi abuela tenía tantas visitas, de sus amigos y admiradores, que no sentía necesidad de salir de casa, más allá de tomar el fresco y asistir a los plenos de pascuas a ramos. Sabiendo que no volvería a París, era feliz en su casa de la calle Angular 38 B bis hasta que llegó Internet, y con él, el concepto de globalización a la mente de mi abuela. Llegó al tope de amigos en Facebook y retomó su relación con el francés por Skype, cambiando las cartas calientes por directos obscenos con la webcam. Estudió ingeniería aeronáutica a distancia en la privilegiada UADPCM y un Master en Acoplamiento Espacial que la llevó a colaborar con la industria aeronáutica española, a tener que dejar su escaño en el ayuntamiento y a descuidar al equipo, que bajó a segunda regional. Esto de la aeronáutica le duró tiempo. Para cuando lo dejó, mi padre ya se había casado, mi tío Manolo estaba terminando veterinaria y mi abuelo había pedido la jubilación anticipada. A mi abuela le agobiaba sobremanera tener a mi abuelo en casa y necesitó, por primera vez, salir a la calle a diario y darle la vuelta al día en la tasca de Paquita, que estaba arriba del pueblo. En su vieja silla manual subía el cerro empujada por algún samaritano que se vendía por un carajillo y para cuando cerraban el bar, bajaba sin manos directa a la cama. Sus hijos se preocuparon de su ritmo de vida y por medio de una petición en chance.org que fue muy sonada en las redes, el Estado Español le pagó una silla eléctrica con tracción a las cuatro ruedas, bipedestadora, con luces traseras e intermitentes, que ayudó a mi abuela a dejar el bar y le dio tantas alas en su edad de oro que redescubrió el pueblo y a sus vecinas, creando, en el abandonado hogar del jubilado, una asociación autogestionada de mujeres - El ágora de Cantalacaña – Decía.
Un día, mi abuela me pilló jugando con su silla manual, se había cancelado un curso sobre feminismos en la asociación y mi adorada abuela echó el rato contándome su historia mientras yo la miraba embelesada frente a la misma ventana donde la dejó su madre.
Elena Prous.Tambiendebajodelagua.com
3º Premio : Un lote de cuentos cortos cedidos por la Librería TAIGA de Toledo
El valor de una lata de refresco
Decía Machado que es de necios confundir valor y precio. Hablemos pues, del valor, y en concreto del valor de una lata de refresco, sin preocuparnos de su precio. Y de Damián. Unos treinta años: hombre joven, como ven. Casado, felizmente. Dos hijas: 6 y 3 años. Palista y camionero de profesión, motero, rockero y barranquista, cazador, buen bebedor de cerveza... y tetrapléjico. Una noche animada, una chica que no era su legítima, un paseo en moto - dirán ustedes: un clásico. Pues sí.- Y una señal de tráfico que estaba donde sí debía estar. Fue la moto la que iba por donde no debía ir. En resumen: un tetrapléjico sin remisión y una muerta, también sin remisión, como suele suceder.
Damián ya era veterano en el HNP cuando yo llegué. Compartíamos habitación y origen: los dos éramos maños. Conversábamos de todo y de todos antes de apagar la luz, cada noche, como dos íntimos amigos de toda la vida.
Damián necesitaba ayuda para cada actividad cotidiana; para levantarse y para acostarse, para hacer las transferencias en el baño, para su aseo, para vestirse o desnudarse, para que le pusieran un tenedor de mango anchísimo en la mano agarrotada y poder comer él solo sus escarpines de york y queso... Cada tarde jugaba incansablemente al ping-pong con sus familiares. Cada día subía y bajaba incontables veces, marcha adelante y marcha atrás, la rampa del hospital. Pero era un dependiente absoluto, que ni siquiera podía cambiar de postura en la cama. Todo un carácter encarcelado en un cuerpo de sangre, hueso y músculo absolutamente gripado...
Una tarde apareció en la habitación con una lata de refresco en el regazo y me anunció solemnemente que iba a tomársela. Después de abierta, claro. Y él la iba a abrir sin recurrir a nadie.
Lo intentó con los dedos, pero no pudo. Lo intentó usando un llavero como palanca para levantar la anilla abre-fácil (según para quien, como ven). Se le caía de las manos. Juraba. Volvía a la carga.
Después de mucho tiempo, viendo los fracasos sucesivos de sus intentonas, de sus estrategias, hablé:
- Damián, pásame la lata. Te la abro...
- !Vete al cuerno, copón! exclamó sin dejar margen a la insistencia.
Y empezó a tratar de levantar la anilla de aluminio con los dedos de nuevo, con los bordes de las manoplas de cuero que usaba para impulsarse en la silla de ruedas... Finalmente, usó la nariz.
Cuando después de muchos minutos largos como eones, de más fracasos y juramentos, de vuelta y vuelta a la carga, levantó la vista hacia mi, estaba radiante, feliz, orgulloso, triunfante...con su barbilla chorreante de sangre que goteaba profusamente de una nariz en carne viva, con la camisa salpicada de sangre, sus manos ensangrentadas... El refresco gasificado borboteaba por el orificio, ya abierto, y caía por los lados. Le di un abrazo, al pasar junto a el y le murmuré : " Par de güevos tienes, maño...". Me empujó con el hombro, amistosamente. " No corras mucho, gacela" me dijo con toda su sorna maña. Me detuve un instante, junto a la puerta. Me afiancé sobre mi pata de palo y una muleta y, ya con una mano libre, extendí el brazo hacia él y levante bien levantado el dedo corazón. Soltamos una carcajada... Salí renqueando al pequeño cosmos hospitalario para hacer mis paseos vespertinos a paso de tortuga...
Ese fue el valor que adquirió, desde entonces, para mí una humilde lata de aluminio para refrescos. Fue la lanza, la espada, el puñal con el que Damián venció al desaliento y a la humillación diaria de la dependencia absoluta.
En Ávila, a 4 de octubre de 2014
J.M. Ara
J.M. Ara
Mi más sincera enhorabuena a los ganadores. Que lo disfrutéis con los vuestros y nos mandéis unas fotitos a través de este maravilloso blog. Un placer haber participado. Millones de besos y feliz fin de semana. Y enhorabuena otra vez. Fantásticos cuentos.
ResponderEliminarLos cuentos ganadores lo son con todo el merecimiento. Enhorabuena a los ganadores y a todos los que han participado.
ResponderEliminarGracias a tí, Betty por tu generoso y se que sincero comentario. Cuento contigo para el III Certamen. No dejes de escribir y deleitarnos con tus cuentos.
ResponderEliminarFelicidades!!!
ResponderEliminarHermosos sus cuentos.
Disfrutes sus premios y envienos fotos si si!!!
Un abrazo.
Adry
muchas gracias al jurado y a los que votasteis mi cuento, habéis sido muy generosos. todos los que aquí han escrito lo han hecho de una forma muy especial, volcando su alma sobre sus palabras y por eso vaya mi enhorabuena para todos ellos, porque estoy seguro que muchos de los lectores que se asomaron a este concurso han variodo su percepción sobre nosotros. gracias de nuevo
ResponderEliminarGracias, Adry. También, como Betty, se te ve generosa. Espero que cuando los dos primeros ganadores disfruten de sus premios, nos envíen unas fotos que me permitan hacer un Post.
ResponderEliminarGracias por tu desinteresada participación.
Me consta, Quili, que algún lector vio un lado de vosotros que desconocía. Ese es uno de mis objetivos cuando os pido colaborar y escribir. Es un modo de proyectar una imagen que ayude a cambiar a la gente el estereotipo de las personas con diversidad funcional.
ResponderEliminar¡Enhorabuena de nuevo!
Siento responderte tarde, Felipe, pero tu comentario últimamente es captado como spam. Gracias a tí también por esa elegancia,saber estar y generosidad que te caracteriza. Gracias por tu estupendo cuento aunque no haya estado entre los tres primeros.
ResponderEliminarFelicidades a los ganadores, se dice que una imagen vale más que mil palabras, en este caso , multitud de palabras, evocan una inmensidad de imágenes.
ResponderEliminarGracias, Manuel, por habernos acompañado en esta aventura literaria y gracias, como al resto de "cuentistas" por habernos deleitado con tu cuento.
ResponderEliminarEnhorabuena a los ganadores y a los demás participantes, escribir es el mejor deporte que conozco
ResponderEliminarBesos cargados de palabras llenas de emociones escondidas
Casi no llego. Muchas felicidades a l@s participantes ybpir supuesto, a los ganadores.
ResponderEliminarGracias Carmen, gracias Macgo (¡qué alegría verte asomado a esta ventana donde se te echa de menos!). Nunca es tarde, siemprer se llega ¡bienvenido y gracias por tu hermoso cuento!.
ResponderEliminarMuchas felicidades a los tres, sorprendente y magico, a mi el de la abuela me ha llegado especialmente, jejeje, un Beso, Belisa
ResponderEliminarGracias en nombre de ellos, Belisa. Elena, la autora de "La abuela", se habría entendido bien contigo.
ResponderEliminarPaso muy a menudo, Mari Ángeles, aunque no toque en los cristales. Esta será siempre mi casa.
ResponderEliminarNunca perdiste "tu silla" (me refiero a la "de quien fue a Sevilla, perdió su silla"). Se que pasas sin hacer ruido. Gracias. Siempre bienvenido.
ResponderEliminarEnhorabuena Quili,Yo conozco de tus escritos y me ha encantado este cuento. A Vicente le ha sorprendido gratamente y tienes razon:hay que seguir los sueños hasta cumplirlos....
ResponderEliminarGracias por asomaros a esta ventana.
ResponderEliminarPara cumplir los sueños, hay que tenerlos. Hay quien no tiene sueños o no cree en ellos. No perdamos nunca la ilusión, no dejemos de ser el niño que todos llevamos dentro.