miércoles, 22 de octubre de 2014

II Certamen de Cuentos : Votaciones Cuento 11 : "La abuela"

La abuela.

Mi abuela era una visionaria conocida internacionalmente que nació y vivió en un pueblo que no superaba los 139 habitantes. Con 6 años, por intentar proteger a un gato negro de la pedrada del espabilado de un primo suyo, se la llevó ella en la espalda y se sentó en una silla de ruedas el resto de su vida. Aunque su madre la aparcó delante de la ventana, mi abuela hizo de todo. Su mejor amiga, Piluca la vecina, la enseñó a leer y escribir, y mi abuelo, el cartero, le ayudó de buena gana a ser madre soltera. Mi abuela nunca se quiso casar porque se consideraba una mujer libre, así que con la gracia vista como desgracia, su madre la echó de casa por vergüenza – Anormal de moral distraída – le dijo-. Y se tuvo que mudar con el cartero cerca del ayuntamiento. Mi abuela se enteraba de todo lo que pasaba en los plenos y de todo opinaba. Opinaba tan bien, que la fichó el Partido Socialista Obrero Español y terminó de concejala de cultura. La única mujer de la plana política de Cantalacaña, la más querida y devota de su equipo de fútbol, el cantalacañés. Nunca les vio jugar, pero eso no importó para que terminara de presidenta del mismo. Porque cuando el teléfono llegó a su casa, mi abuela no lo soltó hasta conseguir un buen esponsor; Patatas Estilito, que les compró unas equipaciones más que nuevas, que les motivaron tanto, que terminaron una temporada en primera división. Ese año mi abuela pilló cacho de unas comisiones y se pagó un viaje a París con Piluca, que sabía francés. Mi abuela pasó de revolucionar Cantalacaña desde el salón de su casa, a visitar el Luvre, donde conoció a un pintor con el que se carteaba correo caliente ante las manos de mi abuelo, que nunca abrió una carta, pero que no la dejó volver a París.
Mi abuela tenía tantas visitas, de sus amigos y admiradores, que no sentía necesidad de salir de casa, más allá de tomar el fresco y asistir a los plenos de pascuas a ramos. Sabiendo que no volvería a París, era feliz en su casa de la calle Angular 38 B bis hasta que llegó Internet, y con él, el concepto de globalización a la mente de mi abuela. Llegó al tope de amigos en Facebook y retomó su relación con el francés por Skype, cambiando las cartas calientes por directos obscenos con la webcam. Estudió ingeniería aeronáutica a distancia en la privilegiada UADPCM y un Master en Acoplamiento Espacial que la llevó a colaborar con la industria aeronáutica española, a tener que dejar su escaño en el ayuntamiento y a descuidar al equipo, que bajó a segunda regional. Esto de la aeronáutica le duró tiempo. Para cuando lo dejó, mi padre ya se había casado, mi tío Manolo estaba terminando veterinaria y mi abuelo había pedido la jubilación anticipada. A mi abuela le agobiaba sobremanera tener a mi abuelo en casa y necesitó, por primera vez, salir a la calle a diario y darle la vuelta al día en la tasca de Paquita, que estaba arriba del pueblo. En su vieja silla manual subía el cerro empujada por algún samaritano que se vendía por un carajillo y para cuando cerraban el bar, bajaba sin manos directa a la cama. Sus hijos se preocuparon de su ritmo de vida y por medio de una petición en chance.org que fue muy sonada en las redes, el Estado Español le pagó una silla eléctrica con tracción a las cuatro ruedas, bipedestadora, con luces traseras e intermitentes, que ayudó a mi abuela a dejar el bar y le dio tantas alas en su edad de oro que redescubrió el pueblo y a sus vecinas, creando, en el abandonado hogar del jubilado, una asociación autogestionada de mujeres - El ágora de Cantalacaña – Decía.
Un día, mi abuela me pilló jugando con su silla manual, se había cancelado un curso sobre feminismos en la asociación y mi adorada abuela echó el rato contándome su historia mientras yo la miraba embelesada frente a la misma ventana donde la dejó su madre.


Elena Prous.Tambiendebajodelagua.com

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