Cuento nº 16
El Lebrillo
En mi casa, cuando yo era un niño, había un lavadero en el patio con un grifo, un lebrillo y una tabla rugosa para restregar los trapos sucios.
El proceso siempre era el mismo; se llenaba el lebrillo hasta muy cerca del borde, se echaba la ropa en el agua para remojarla, se iban enjabonando y restregando las prendas contra la tabla, se apartaban estas prendas hasta que se había completado la colada y se desaguaba el lebrillo para volver a llenarlo de agua limpia en la que se iba enjuagando la ropa para después estrujarla y tenderla al sol.
Resultaba bonito ver llenarse el lebrillo, poco a poco, y daba alegría ver la transparencia del agua que realzaba las huellas del artesano que torneó el barro. Después, cuando se iba lavando la ropa se dejaba de ver el fondo y el agua sucia no era agradable de ver, por lo que se agradecía que se vaciase y se volviese a ver el fondo.
El lebrillo, como la vida, solo es bonito cuando está vacío o cuando está lleno de agua limpia. ¡Lástima que en la vida también tengamos que lavar nuestra ropa sucia y que volvamos a ver con claridad los detalles del fondo cuando se acerca el fin de la colada!.
Felipe Vila González 7 de Noviembre 2017
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