NOTA : Fotos cedidas por la familia En la foto superior con su marido César y sus tres hijos, Carlos, Paloma y Marta.
Independientemente de que fuera o no el relato merecedor de uno de los tres premios del Certamen, ya había preparado una entrada en el blog para compartir este relato que pone letra a lo que muchos pacientes han sentido y sienten cuando se encuentran "atrapados" en un cuerpo inmóvil con el que estoy segura que muchos se identificarán.
El Relato : "Al otro lado de la puerta"
Tengo los ojos cerrados. Los abro. Enfrente hay una puerta. Me acerco, inclino la espalda, miro por el ojo de la cerradura y ahí está el futuro. Estoy sentada en una silla electrónica frente a un ordenador. Las manos las reposo sobre una almohada que llevo en el regazo. Las miro y muevo ligeramente los dedos. Es todo lo que puedo hacer con ellas así que las animo a que espabilen y recuperen cuanto antes sus habilidades, esas que me permiten echarme un bocado a la boca, beberme un trago de agua, rascarme la nariz, darme un brochazo de colorete o ponerme las gafas para que sea innecesario agrandar la letra y ver lo que escribo.
En la página virtual estampo una letra tras otra. Las elijo con un ratón que manejo con la barbilla. Intento leer más abajo, saber qué pone en los párrafos siguientes pero están en blanco. La hoja se va rellenando poco a poco, carácter tras carácter. Se me hace imposible adivinar lo que escribiré. Cierro los ojos. Los vuelvo a abrir y de nuevo miro al otro lado de la puerta que se halla frente a mi en busca de mi futuro.
Estoy acostada en la cama de un hospital. Me siento tranquila. Dos personas vestidas con uniformes blancos me apartan la sábana que me cubre y me lavan con una esponja y jabón. Me quedo cubierta de una espuma suave. Una toalla áspera como una lija me raspa la piel y acaba de golpe con la agradable sensación del lavado. Es ahora cuando tomo consciencia de mi estado: estoy atrapada en un cuerpo al que apenas reconozco y que va recuperando movilidad lentamente, tan despacio que a veces rozo el límite de la paciencia. En ocasiones me sitúo tan cerca de esa frontera que puedo oír mis gritos y sentir brotar mis lágrimas. Mi cara, mi pelo, mis manos, todo está raro. Reconozco que llegué a esta situación poco a poco, día tras día, semana tras semana, año tras año. Y luego, de repente, sucedió. Así ocurren todas las cosas. Si ese es el futuro, entonces, quiero volver al presente.
Es otro día. Vuelvo a mirar por el ojo de la cerradura de la misma puerta. Reparo en algo que hay al fondo. Creo que siempre ha estado ahí pero me había pasado inadvertido hasta ahora. Presto atención, ¿qué es? Imposible discernir entre esa neblina. Todo esfuerzo es vano, así que desisto y echo la mirada a la izquierda. Observo que estoy cerca de una mesa sobre la que hay una bandeja. La bandeja contiene un bol con gazpacho, un plato llano con pescado blanco cocido, un melocotón duro y un chusco de pan. Alguien me da de comer. Me cuesta mover la comida dentro de la boca. Mis manos reposan sobre la almohada. Termino de comer y me acuestan. Siento alivio. Me doy cuenta de que estoy cansada. Caigo en un sueño hondo y grato.
Es un nuevo día. Hoy he olvidado en qué lado de la puerta estoy, ¿dentro o fuera?, ¿en el presente o en futuro? Voy al gimnasio. Pedaleo en una bici estática, si me fallan las fuerzas la máquina me mueve. A la izquierda hay un enorme ventanal, detrás, árboles, y un camino que lleva al río. El agua está verde y serena, inmóvil, pareciera que solo yo me muevo, que soy la única parte viva del paisaje. Despierto. No sé qué día es hoy, ¿miércoles o jueves?, ¿2, 3? No sé. Es septiembre, eso seguro. Calculo que voy camino de ocho meses en el hospital. Le doy vueltas a ese pensamiento. Se me viene a la cabeza una canción de Sabina :
-¿Quién me ha robado el mes de abril?
-¿Cómo pudo sucederme a mi?
-¿Quién me ha robado el mes de abril ?
-Lo guardaba en el cajón
-Donde guardo el corazón.
¿Quién me está robando todos estos meses? Me temo que el azar, o puede que el ladrón sea yo mismo. Cierro los ojos. El otro lado del ojo de la cerradura me ofrece hoy una sonrisa en mi cara. Es una sonrisa sincera, relajada, intensa, de esas que pueden con todo. Ahora puedo ver con claridad lo que ayer era borroso. Lo que intuía en la pared de enfrente es, claramente, otra puerta. Me acerco, miro. Y detrás, también estoy yo. Ahí llevo la misma sonrisa. Mi cuerpo se parece más al que recordaba. Estoy de pie, seguro, fuerte, en paz. En la pared de la izquierda puedo leer en letras grandes y rojas la palabra DESEO. En la pared de enfrente, en verde, ESPERANZA, y en la derecha, en azul Klein, PERSEVERANCIA. A mi espalda, oigo cerrarse la puerta con llave. Desaparece. ¿Qué me importa? Ni puedo ni quiero volver allí. Me quedo aquí. Elijo este cuarto.
No me gustaría cerrar esta entrada sin añadir la importancia que juega la familia en la rehabilitación. Sol ha estado desde el momento cero acompañada y apoyada por sus seres queridos con una afrontamiento no solo de la enfermedad y secuelas sino del áun más difícil momento que les tocó atravesar con la pandemia y lo derivado de la misma y el Estado de Alarma y el obligado confinamiento.
Y qué mejor cierre que con esta canción de Sabina a la que alude Sol en su relato.
https://www.youtube.com/watch?v=zC-nzOoFD6s
Gracias, Sol y familia, por compartir fotos y texto.
Enhorabuena Sol por éste precioso relato!!!
ResponderEliminarJavier Lázaro (Valladolid)
Gracias, Javier.
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