Uno de nuestros participantes en el VIII Certamen de Relatos Cortos, Aurelio Fuertes, me hizo llegar este relato que no pude incluir por su extensión pero creo que merece la pena compartir.
EL FANTASMA
Su aparición vino a coincidir con la fecha en que me dieron de alta en el Hospital de Parapléjicos, había ingresado allí tres meses antes por una caída que me produjo una lesión en la médula.
Era otoño y aunque los árboles empezaban ya a desnudarse, el tiempo estaba anormalmente cálido y seco, ideal para pasear.
Le he visto. Con su aire de siempre
y su abrigo oscuro, ahora su caminar es más lento y se ayuda de un bastón que
apoya en la mano izquierda.
Las noticias
corren rápido por el método del boca a boca en las ciudades donde aún es
posible trasladarse a pie a la mayoría de los lugares. Así ocurrió en este
caso, entre mis conocidos y amigos empezaron a contarse los unos a los otros
que me habían visto, algunos en la larga avenida que lleva al Hospital, otros
en los alrededores de la Plaza Mayor o en el casco viejo, al abrigo de sus
dorados monumentos que en aquellos días adquirían una luz especial con la
puesta de sol, una luz que llamaba de forma irremediable a la nostalgia.
La secuencia era siempre la misma. Todos
habían preguntado qué tal estaba y yo les había contestado que mejor, entonces
ellos me habían transmitido su gran alegría al verme, lo mucho que había
mejorado y el gran susto que se llevaron cuando tuve el accidente.
El invierno no fue especialmente frío
y apenas hubo días de niebla como en otros años, la ciudad seguía siendo un
buen lugar para el paseo y para el encuentro y con el encuentro la
conversación, que a veces volvía sobre los pasos de mi vuelta y mi estado. Ya eran
muchos los que se habían cruzado conmigo en el camino y habían hablado de mi
recuperación.
No fue hasta el inicio de la
primavera, cuando los días se alargan y empiezan a florecer las mimosas y los
almendros, cuando un íntimo amigo descubrió la patraña:
No es él, es un fantasma que
recorre la ciudad y aunque es verdad que son iguales sus rasgos físicos y
también su sonrisa y su amabilidad cuando saluda, el suplantador no tiene el
brillo de sus ojos y cuando habla está ausente la ironía de nuestro amigo, su
alegría de vivir y la fuerza en la defensa de sus convicciones. En los ojos de
este paseante y en sus palabras solo se percibe la esperanza de sobrevivir.
Aurelio
Fuertes Martín (Salamanca)
Marzo-2020
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