viernes, 10 de junio de 2022

Palabras escritas con un punzón (IV)

 ALTA

En el Hospital Nacional de Parapléjicos, el alta es como un tema tabú, es decir, la mayoría de pacientes, dicen cuando escuchan hablar de ello.... eah, ya me echan.

Lo cierto, es que a mi me daba respeto hablar de ello, no sabía como sería mi vida cuando me dieran el alta. Después de mis segundas vacaciones, que habían ido muy bien, en las sesiones de psicología se empezó a hablar de ello. El tema de qué hacer en casa, estaba siempre en boca de todos.

El alta, en mi caso, no me sentí “echado” del Hospital. Siempre fue hablado y tratado, con el personal qué tenía algo que ver con mi rehabilitación, conmigo y con mi familia.

Por fin, nos dieron la casa que habíamos comprado, y a “Paquito”, le daban el alta. La última semana, me dediqué a las despedidas, pues muchas eran las personas que conocí allí. Alguna que otra lágrima cayó, tanto como personal del hospital, de mi familia y mía.

Lo peor de llegar a casa, es el enorme cambio que conlleva. Hasta el día anterior, habías tenido toda la mañana ocupada, y ahora si te levantabas, no tenías nada que hacer, excepto ver la tv, o escuchar la radio, u ojear alguna revista. Por la tarde, la cosa cambiaba, llegaban amigos o familia y salía con ellos.

El cambio más brusco, fue la movilidad, una vez estando en silla. Me di cuenta, que no podía alejarme cien metros de mi casa, yo solo, que necesitaba ayuda. Estaba acostumbrado a que me sentasen en mi silla electrónica, y ya podía moverme por todos lados. Me daba rabia eso, lo de tener poca autonomía. Resignación, nada más, eso.

Estando ingresado decidí, que seguiría involucrado en el mundillo de las motos. Todas las tardes, me llevaban a la tienda de motos, donde yo, antes del accidente, era cliente. Allí nos reuníamos, mis antiguos compañeros de deporte, y hablábamos largo y tendido.

El dueño de la tienda, me propuso trabajar allí, algo que me gustó, por parte de él. No saber nada de informática, y que mi pensión, en aquel tiempo, no era compatible con trabajo alguno, (eso le dijeron), lo dejó en solo palabras.

El visitar todo los días aquella tienda, no hacía otra cosa que incrementar, mi “mono” de moto. Sabía que manejar una moto, fuera cual fuera, sería imposible, pero…, montarme de pasajero en un quad?

Hablé con el dueño de la tienda, y le propuse mi idea. Le gustó y en poco más de una semana, estábamos manos a la obra. La adaptación era “sencilla”, se trataba de colocar el respaldar rígido de mi silla, al sillón del quad, así como los apoya brazos.

Cogimos medidas, y en dos día estaba listo para montarme. La sensación de ir de paquete, no era ni mucho menos como la de conducir, pero, también me gustaba. Lo tuve durante todo un año, y me sirvió para moverme por sitios impensables para una silla de ruedas. Recorrí todas la playas de por aquí, y también me llené de barro por el campo.

Mis mañanas seguían siendo aburridas, no me levantaba. La asistenta social, me habló de un CRMF que hay aquí cerca, decidí apuntarme.

Me costó varias semanas adaptarme a aquello, el centro en si, estaba bien, pero lo de madrugar…

Por las mañanas, tocaba clases, me inscribí para dar informática. Después, tocaba gimnasio, donde una fisioterapeuta me movilizaba y hacia algo de ejercicio.

El trato en ese centro, por parte del personal, era bueno, pero no soportaba que me pidieran un justificante, si llegaba quince minutos tarde a una clase, o no podía ir por algún motivo. No me habían pedido algo así, desde que estaba en la E.G.B. Creo recordar que estuve más o menos un año, aprendí, más o menos a manejar un ordenador, y decidí darme de baja. Tengo amistades muy buenas de allí.

Poco antes de entrar allí, había solucionado un problemilla que teníamos, seguía sin coche adaptado. Había visto coches adaptados, en Madrid, pero todos se me iban de precio. Me compré la furgoneta más barata, y la adaptación más barata que existe. Rampetes, le llaman. Tuve aquel coche, durante siete años. Os digo, que la solución más barata, no es siempre la peor. A mi, me sirvió, y cumplió su cometido.

Hasta casi dos años, después del alta, no me compré un ordenador, todo el mundo estaba asustado, con el efecto 2000, o algo así lo llamaban. Decidí esperar. Compré cosas adaptadas que me salieron por un ojo de la cara, para al final, quedarme solo con un punzón y ratón “transball”.

Me costaba muchísimo teclear, escribir un mail de cinco líneas, era una odisea.

Nuestra vivienda, la fuimos adaptando poco a poco. Eso si, sin ninguna subvención, las pedíamos y nos venían denegadas. Cosas de política, que no entiendo, ni quiero entender.

(Francisco Javier Peña Mateos)

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