Suelta tus éxitos. Lo que crees tuyo, lo que sientes propio, aquello de lo que tanto te enorgulleces. Dalo. No te lo quedes. No te engañes. No pienses que se debe a algún tipo de cualidad que te hace grande, mejor, no creas caminar sobre las aguas. No mires al resto de mortales desde el cielo. Hazte un favor y no te des importancia. Porque no la tienes. Lo cierto es que no eres más hábil, más inteligente, más capaz que cualquiera. Cada cual cumple su lugar en esta esfera verde. El que amasa los panes a las cuatro de la madrugada, la que limpia el sudor de los viejos, la que pide en el Día, y luego compra tres barras de pan y un refresco. Con monedas diminutas. Más de cien, creo. Esparcidas por la caja. Y la cajera contando. Y la mujer atusándose el pañuelo. Abrochándose hasta el último botón del jersey. Porque hace frío. Y un jersey no más no sirve para abrigarse en el invierno.
No eres mejor que ella, ¿entiendes?, métetelo bien en la cabeza. No basta con decirlo.
Has tenido suerte, pura suerte, agradece tu inmensa suerte. Gracias. De corazón. Gracias.
Cuando sientas que se te sube la tontería, cuando notes el más mínimo orgullo en tu pecho, justo antes de que te salga el desdén por los ojos, la vanidad por la sangre, date un golpe en la frente. Cae en la cuenta. Mira, ninguna de tus capacidades son obra tuya. No has hecho nada para llegar hasta aquí. Naciste con esta inteligencia, con estas manos, con esta facilidad de palabra. Quizás mejoraste en aquello, sí, te apuntaste a un curso, superaste miedos, conseguiste correr la maratón, ¿y qué? La perseverancia, la tozudez, la rabia y el ahínco te vinieron dados. Si estás aquí, en realidad, es precisamente por eso, porque alguien te dio al mundo. Alguien te deseó tan fuerte, lo supiera o no, que reunió toda su magia para traerte a la vida. Su sangre, su grasa, gran parte de sus tejidos, su flora intestinal, sus atributos, todo lo mejor para ti. Para que ahora camines sobre la tierra.
Así que no te me cuelgues medallas, amiga, la competición se acabó.
Has trabajado duro para esto. Muy duro. Has estudiado por las noches. Te has levantado a las cinco. Te has quitado distracciones. ¿Y qué? No conozco a nadie que no se esfuerce. Todo el mundo lo hace. Hasta el que no se levanta de la cama en todo el día y hace la compra por internet, y utiliza el mando a distancia, el control remoto, el horno pirolítico, ese robot que te limpia la cocina, hasta ése se esfuerza. Hay que hacer una inversión tremenda para estar las veinticuatro horas amargado.
Te repito: suelta tus logros. Sin embargo atiende a tu naturaleza. Deja que se exprese, permite que lo que tiene que brillar brille, brille intensamente. No te lo achaques, eso es todo.
Si conduces que te cagas, y además te encanta, y además lo sientes desde dentro, ¡adelante!, ponte al frente de un autobús. Si se te da bien enseñar, y eres una friki de las matemáticas, y se te pasan las horas entre números, ¡adelante!, estudia la carrera, sácate un máster, hazte el doctorado y enseña. Deja que te aplaudan, agradece el halago, no lo desprecies, sonríe y punto. Asegúrate por dentro de no estar ya subiéndote a la parra. No dejes que tu pecho se inflame, como en los gallos. Sostente.
Mira ese árbol hermoso y tranquilo, que da paz y sombra en el verano. No se crece. Crece, naturalmente, por los ciclos de la vida. Aprende del árbol. Aprende de todo lo sencillo. Eso te dará más contento que todas las medallas del mundo. Que todas las palabras bonitas, los cumplidos. Recuerda, la gloria nunca está en el pedestal, en lo alto de la montaña, en el puesto número uno, en la punta de la pirámide, no. La gloria está en los recovecos, en los escondrijos de los ratones, en las esquivas nubecillas. Ahí. En un café a la tarde, una carrera con los perros, un silencio compartido. Ahí. No te distraigas. Es fácil. Mantente alerta.
Que las cosas del mundo no te enciendan la tontería. Que no se te apague nunca el corazón de pan y cebolla. De hierba y leche. De carne y hueso.
Con cariño y ganas,
Nuria
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