martes, 20 de octubre de 2015

Ventanas

"No hacen falta en la vida demasiadas cosas pero si una habitación con ventanas".
                                                                           Antonio Muñoz Molina

"Mujer en la ventana" Caspar David Friedich


La ventana


Quiero que la ventana sea grande,
más que grande inmensa y luminosa.
Para que mires lo que tu corazón demande,
para que busques el agua azul, la rosa,
las estrellas, el éter que se expande...
Y que cuando, cansada, gires tu cabeza,
mires adentro y encuentres la belleza.

Felipe Vila




En el año  2013 hablé de las ventanas

http://afrontandolesionmedular.blogspot.com.es/2013/03/a-traves-de-la-ventana.html

http://afrontandolesionmedular.blogspot.com.es/2013/04/ventanas-abiertas.html

http://afrontandolesionmedular.blogspot.com.es/2013/04/sin-ventanas-renacer-de-la-oscuridad.html

y lo que ellas nos significan. Hay muchos tipos de ventanas. Llamamos a este espacio del blog "ventana virtual". Esta ventana en nada se parece a esos espacios de los que voy a hablar hoy ni a esos cuadros que reflejan culturas, interiores y siglos de historia,

Llama la attención cuando leo cómo ha estado la mujer de discriminada sin derecho a tener una habitación propia (Virginia Wolf).

http://elpais.com/diario/2011/04/30/babelia/1304122338_850215.html


Me parece muy apropiado y atractivo este escrito de Carmen Martín Gaite que espero os aporte como a mí. Me lo enviaron hoy y lo quiero compartir :

"Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mun­do hasta confines ignotos. En todos los claustros, cocinas, estrados y gabinetes de la literatura universal donde viven mujeres existe una ventana fundamental para la narra­ción, de la misma manera que la suele haber también en los cuartos inhóspitos de hotel que pintó Edward Hopper y en las estancias embaldosadas de blanco y negro de los cuadros flamencos. Basta con eso para que se produzca a veces el prodigio: la mujer que leía una carta o que estaba guisando o hablando con una amiga mira de soslayo hacia los cristales, levanta una persiana o un visillo, y de sus ojos entumecidos empiezan a salir enloquecidos, rumbo al horizonte, pájaros en bandada que ningún orni­tólogo podrá clasificar, cazar ningún arquero ni acariciar ningún enamorado y que levantan vuelo hacia el reino inconcreto del que sólo se sabe que está lejos, que no lo ha visto nadie y que acoge a todos los pájaros ateridos y audaces, brindándoles terreno para que hagan su nido en él unos instantes.
    Mi madre siempre tuvo la costumbre de acercar a la ventana la camilla donde leía o cosía, y aquel punto del cuarto de estar era el ancla, era el centro de la casa. Yo me venía allí con mis cuadernos para hacer los deberes, y desde niña supe que la hora que más le gustaba para fugarse era la del atardecer, esa frontera entre dos luces, cuando ya no se distinguen bien las letras ni el color de los hilos y resulta difícil enhebrar una aguja; supe que cuando abandonaba sobre el regazo la labor o el libro y empezaba a mirar por la ventana, era cuando se iba de viaje. «No encendáis todavía la luz —decía—, que quiero ver atardecer.» Yo no me iba, pero casi nunca le hablaba porque sabía que era interrumpirla. Y en aquel silencio que caía con la tarde sobre su labor y mis cuadernos, de tanto envidiarla y de tanto mirarla, aprendí no sé cómo a fugarme yo también. Luego entraba alguien, daba la luz y reaparecían los perfiles cotidianos. «Bueno, habrá que correr las cortinas», decía ella, como despertando.
    Pero en la sonrisa especial que dulcificaba su expre­sión se le notaba lo lejos que había estado, lo mucho que había visto. Y daban ganas de arrodillarse a su lado para ayudarle a abrir las maletas, de preguntarle: «¿Qué regalo me traes?»
    Y seguro que, antes de conocerla yo, viajó por la ventana mucho más todavía. En aquel tiempo —tan nove­lesco para mí— de su juventud y de su infancia, desde aquellos espacios interiores que yo no conocí, seguro que algún día tuvo que llegar hasta el mismo Nueva York; un viaje arriesgado para la época, si se parte de Orense, Allariz, Cáceres, La Coruña, Madrid o Salamanca, entre dos luces, al atardecer, dejando atrás espejos, consolas, costureros, cacharros de cocina, sofás y aparadores de la casa propia o de algún pariente donde se han ido a pasar las vacaciones de verano y cuyos rincones aún pueden columbrarse en viejas fotografías. ¡Adiós! Y ahí se quedan las primas feas y la abuela y Pilar Prieto y la tía Pepa y las señoritas de Nicolau; me voy a América, ¡adiós!
Su padre era catedrático de Geografía y en la casa había muchos atlas. «Mira América qué grande —le diría alguna vez—, cuánto espacio abarca. Y eso tan chiquitito es Nueva York, con dos ríos, el Hudson y el East River.» Y ella se quedaría mirando a la ventana. ¡Perderse en Nueva York, la ciudad del dinero y de los rascacielos, del inci­piente cine, la ciudad de los sueños! ¿Cómo no iba a llegar mi madre a Nueva York en alguna de aquellas excursiones de joven ventanera, alimentada de novelas exóticas?
Claro que llegaría en alguna ocasión; y ese día, el que fuera, los pájaros errantes de sus ojos construirían aquí un nido de cristal tan secreto, tan raro y tan perenne que hasta ayer por la noche nadie había dado con él. ¡Pues anda que no había camino, vericueto y laberinto para llegar a eso que se produjo anoche, a esa emisión cifrada de señales entre mi madre y yo, de su ventana a la mía! Y por eso era el júbilo del sueño. Ahora lo he entendido."Carmen Martín Gaite

3 comentarios:


  1. La ventana


    Quiero que la ventana sea grande,
    más que grande inmensa y luminosa.
    Para que mires lo que tu corazón demande,
    para que busques el agua azul, la rosa,
    las estrellas, el éter que se expande...
    Y que cuando, cansada, gires tu cabeza,
    mires adentro y encuentres la belleza.

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  2. El poema de "La ventana" es de Felipe Vila pero respondió como anónimo por no darse importancia. Creo que es justo qyue lo firm porque, además, es muy bueno. Por eso incluyo este comentario y el poema lo paso a la Entrada.

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