miércoles, 22 de octubre de 2014

II Certamen de Cuentos : Votaciones Cuento 17: Entre los álamos"



          
  Aún resonaba en sus oídos el impacto, ese ruido metálico que se quedó a vivir entre sus sueños, y crujía en sus sienes en cada despertar. Era una nueva lucha al empezar el día, para ser derrotado por la noche, cuando la oscuridad confunde y ralentiza los sucesos. Y en sus vértebras quietas y expectantes, la disrupción del tiempo que le quitó el sentir y el movimiento, que distanció visitas de domingos hasta dejar tirado ese amor comenzado cuando aún eran niños.
            Sentado en su silla moderna y acolchada, en la orilla del río, podía sentir la brisa del otoño reclamando su abrigo. Con las últimas lluvias, habían brotado verdes en la orilla y algunos pescadores, bien gastaban su tiempo de las jubilaciones. Condujo hasta el final de su camino, donde la grava ya era tierra. Empujaba las ruedas con ahínco; lo suficiente cerca de la orilla, desabrochó los velcros que mantenían su cuerpo pegado a su respaldo. Las nubes tan ligeras, tan blancas como había dibujado en el colegio y ese azul tan intenso, que esperaba ser contaminado por el gris que le traería el viento. Los ojos extremadamente abiertos, ofrecían una pupila azul de veinte años, a través de la cual, se reflejaba el perímetro, de una ciudad antigua con su torres, como agujas clavadas en la carne de aire.
                Al despegar su pierna de la silla, una piedra tocaba su tobillo, solo lo pudo ver. Con sus manos bajó la otra pierna, ligera por la pérdida de músculo, hasta tocar también el suelo. Las hojas de los álamos vibraban, enseñando su verde y el envés, dejando en el espacio, fuegos artificiales sin sonido. Y entonces se acordó de por qué se había descalzado. Para empezar así de nuevo, como cuando era un niño y descalzo, quería subir a un árbol al que nunca alcanzó, quería cruzar un río andando por el agua, con el vuelo de un pájaro llegar hasta los mares, ser tan duro su cuerpo que pudiera caer y rebotar mil veces al pie de una montaña…
            Se colocó sus piernas en la silla y con el ánimo ardiente como los últimos días de un otoño antes de ser invierno, se marchó preparado, para crecer sabiendo que no todo es posible, y lo que alguna vez se hace posible, depende de la fuerza que pongamos.
                Unas gotas de agua descargaban su peso sobre su cara, cuando iba camino del hospital. Pensó que eran las lágrimas del cielo que en poco fueron llanto, apenas en segundos. Y lloró de emoción por ser parte del mundo, parte del sufrimiento que conlleva la vida, ser víctima inundada que busca su socorro como cada mortal. Y entonces sucedió. Cuando escampó el chubasco repentino, apareció un completo arco iris, desde donde los álamos le habían visto descalzo, hasta su habitación. Por el pasillo formado por los puntos, se colocó en el centro de la semicircunferencia, a punto estaba ya de anochecer. Echó la cabeza hacia atrás buscando los colores en el cielo, y solo vio las sombras azuladas de la noche llegando. Y mientras se acercaba al hospital, pensaba que las cosas se ven mejor de lejos, allí en la distancia, y todo es momentáneo. Cuando llegó al comedor, aun pensaba, en el color más alegre de cualquier arcoíris.
Jamás olvidará aquella noche, pues después de la cena, por el pasillo que llevaba a su habitación, se cruzó una mirada que le dejo de brillos pintada la retina. Y por fin se durmió pensando en la caricia.
JABL

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