Reflexión
Hace unos años, una gran amiga me contó una historia alucinante y rara a la vez. Acabábamos de terminar un rodaje y de camino al metro quiso compartir conmigo una experiencia muy íntima que vivió a raíz de visitar a un psicólogo de esos que te hacen dormir y bucear dentro de ti buscando lo escondido, lo que no te deja avanzar en ciertos aspectos de tu vida. Al parecer, este señor podía hacer revivir un momento de tu vida pasada que, por algún trauma, en tu vida presente seguía activo un mecanismo de defensa, una barrera. En su historia, mi amiga paseaba por la calle, sentía un impacto, había oscuridad y después, al abrir los ojos, no podía moverse nada, veía como mucha gente se abalanzaba sobre ella para ver si estaba bien. Pero su cuerpo no respondía. Se había quedado tetrapléjica. Me lo contó angustiadísima y yo le estuve dando vueltas a su historia muchos días. Me parecía una vida anterior terrible, vivir sin poder moverte debía ser infernal y me repetía continuamente que si eso me pasara a mí me querría morir. Pero los días pasaron rápidos, con su rutina y dejé de darle vueltas. Guardé su vivencia para mí y nunca la llegué a olvidar.
Pocos días antes de mi accidente, me monté en el tren como todos los días. Un viaje fácil, de estos que puedes llegar a hacer cuatro veces al día de forma autómata. Recuerdo ese viaje a la perfección porque un chico sin brazos se paseaba por los andenes con un bote en la boca pidiendo limosna. De nuevo la historia de mi amiga se me pasó por la cabeza, y una nueva reflexión acudió a mí: debe ser muy difícil vivir sin brazos, mucho más que sin piernas. De hecho, me marcó tanto, que cuando llegué a mi destino se lo conté a mis amigas, y más tarde a mi pareja. No sé por qué, a lo mejor porque empatizo demasiado con las situaciones, pero me sorprendí a mí misma pensando los pros y los contra de brazos vs. piernas. Ahora lo pienso y me parece muy morboso por mi parte, pero realmente partía de un rincón de mi mente que quería entender las dificultades físicas de estas personas.
Desafortunadamente, una semana después obtuve mi respuesta. El destino es caprichoso y quiso que resolviera mis dudas en primera persona. Me caí, me lesioné la médula espinal y me quedé parapléjica. “El horror, el horror” –pensé- como pensaba el Capitán Kurtz antes de morir ante Marlow en El Corazón de las Tinieblas. Pero ese horror se convirtió en algo normal, en un aprendizaje alucinante y lo que a priori parecía un descenso a los infiernos, se convirtió en un viaje para descubrir que el fuego quema, pero tampoco tanto como creías. Para ver que con calor asfixiante se puede vivir, sólo es cuestión de aclimatarse. Para entender que el infierno no es como lo pintan, que no es un lugar idílico, pero que todos los ángeles caídos son gente maravillosa y luchadora. Son personas normales. Somos personas normales. Y que las dificultades se hacen menores en cuanto te tomas la vida con constancia y una sonrisa y no con lágrimas en los ojos.
De esta manera, mi duda quedó resuelta. Sí: es difícil vivir sin brazos, es difícil vivir sin piernas, pero aún más difícil es vivir sin ambos. Pero lo más importante que he aprendido es que se puede vivir, por más o menos difícil que sea, y eso es lo más importante. La vida.
Virginia viviendorodando
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