miércoles, 17 de junio de 2015

La sonrisa azul


La Entrada de hoy es un regalo de Betty. Su relato, "La sonrisa azul" un relato corto que ha visto publicado junto a los relatos de otros escritores de la Escuela de Escritores a la que asiste.

La sonrisa azul

Beatriz Hícar
Madrid, España

La hermana Jacqueline salió del refectorio ocultando algo bajo la manga izquierda de su hábito. Caminó hasta la iglesia conventual donde encontró a la hermana Dominique que yacía en el suelo frente al altar, con los brazos y las piernas estirados y el rostro pegado a las baldosas. Jacqueline se agachó, le acarició la toca y estiró su hábito de sayal. Después depositó en el suelo el fruto que había sustraído durante la cena. Su aroma fresco y ácido activó los jugos del estómago de Dominique, pero ella se mantuvo firme, ignorando la manzana que permanecía tentadora junto a su rostro.
No te atormentes más, hermana. Su palabra volverá a saciar tu alma —dijo Jacqueline antes de dejar a Dominique sola de nuevo.
El invierno mantenía las baldosas heladas y sin embargo, a Dominique el frío la atacaba desde dentro. Hacía tiempo que esa luz que guardaba en su interior se debilitaba. Deseaba ser fiel a las promesas que hizo tiempo atrás pero cada día le sentía más distante y todas sus renuncias comenzaban a carecer de sentido. Pasó el resto de la noche suplicando una señal que aportara algo de calidez a ese mundo contenido entre aquellos muros. No había amanecido cuando regresó a su celda. Tomó la cruz que descansaba en la pared y tras sentarse en la cama la posó sobre sus piernas. La austeridad de los muros la acechaba estrechando la angostura de aquel cuarto. Se tapó los oídos con ambas manos para calmar el dolor que le producía el silencio y así, continuó un largo tiempo.
La hermana Dominique se asomó al ventanuco. Fuera era noche cerrada. Caminó de un lado a otro de la celda pero tardó poco en volver a sentarse sobre la cama. Se asomó de nuevo. La negrura continuaba ocultando el paisaje. No podía seguir esperando respuestas sin hacer nada. Salió de la celda y cerró la puerta. Bordeó el claustro protegida por las sombras de sus arcos, sintiendo el frío bajo sus pies cubiertos únicamente por unas alpargatas. El sonido del chorro de la fuente y el ulular de una lechuza perturbaron la paz nocturna, acallando las voces que alimentaban el vacío interior que sentía desde hacía días.
Dominique agradeció la tregua y entró de nuevo en la iglesia. Se detuvo un instante, se armó de valor y miró a Jesucristo directamente a los ojos, exigiéndole que hablara. Bajó la mirada y suplicó por última vez. El tiempo se mantuvo silencioso, como había ocurrido durante el día, igual que la última semana, lo mismo que el último mes. Bajó la mirada y sintió como se le estrechaba la garganta. Se marchó acelerando el paso hasta alcanzar el atrio.
«Es mejor que no veas esto», dijo quitándose el crucifijo de plata que llevaba colgado.
Lo besó un par de veces, lo colgó de la escarpia donde descansaban las llaves y lo dejó dado la vuelta, mirando la pared. Un temblor repentino en sus manos hizo que no atinara con el picaporte. Por fin consiguió abrir la puerta. Atravesó el umbral y allí mismo se deshizo de la toca. Avanzó un par de pasos. El escapulario cayó sobre el rocío helado y después cayó la túnica. Caminó hacia un horizonte imaginario, abandonando en su camino las alpargatas, cubierta únicamente por el camisón. Se detuvo y esperó con los ojos cerrados a que llegara el alba.
La claridad se posó por fin sobre los párpados de Dominique. Decidió que ya era el momento de abrir los ojos, sabedora de que se encontraba inmersa en el espectáculo que hasta entonces solo podía disfrutar desde el ventanuco de su celda. Los rayos de sol rasgaban la bruma evanescente. Un mar de espigas, repletas de granos de trigo, se batía con la brisa produciendo una marea cuyas olas doradas siseaban una oración rítmica. La paz abrazó por fin a la hermana Dominique y el calor oblicuo del sol arropó su alma.
La hermana Jacqueline la encontró cuando el sol alcanzaba lo alto de la torre y como si hubiera estado esperándola, la sonrisa azul de la hermana Dominique se desvaneció sobre la escarcha. Jacqueline se quitó la capa para abrigarla, la abrazó intentando devolver el tono rosado a sus mejillas, deseando hacerla regresar.
Dominique se puso en pie. Respiró profundamente el frescor de la mañana, observando ese mar dorado y un cielo que comenzaba a clarear. El día ganaba temperatura y con cada grado, la sonrisa de Dominique cedía su color azulado al cielo, cada vez más intenso, hasta que sus labios recuperaron el tono rojizo y la turgencia de una rosa fresca. Entonces Dominique besó a Jacqueline se despojó del camisón y caminó desnuda hacia el horizonte incierto.

Gracias, Betty , por hacernos partícipe de esta primicia y deleitarnos con tus relatos. Animo a los seguidores a que nos envíen sus colaboraciones en el modo y estilo que quieran.

También animo a que los seguidores hagan interpretaciones del relato.

Dejo el prólogo de Jesús Pérez, el director de la escuela de Escritura, que Betty nos pasó, acerca de los beneficios terapéuticos de la escritura.

"mejora nuestra atención selectiva, nos permite recobrar la memoria emocional y facilita feedbacks sobre ella, nos deja explorarla, reconocerla y transferirla, aumenta nuestra fantasía, y el hecho de jugar con el lenguaje incrementa nuestra capacidad de reflexión y de expresión además de favorecer la comunicación y comprensión hacia los demás. También libera estrés y cura heridas cuando trabajamos con episodios biográficos problemáticos, identifica necesidades de aprendizaje y nos da confianza y autoestima»

4 comentarios:

Betty dijo...

Un placer y muy agradecida por el detalle de publicarlo.
El prólogo es del escritor y profesor de la escuela, Jesus Pérez. Os copio una parte en la que habla de una conferencia sobre la escritura a la que acudió recientemente. Dice así:
«La conferencia giró sobre creatividad y bienestar y aprendimos mucho sobre los efectos beneficiosos —algunos terapéuticos— de la escritura, cosas como que mejora nuestra atención selectiva, nos permite recobrar la memoria emocional y facilita feedbacks sobre ella, nos deja explorarla, reconocerla y transferirla, aumenta nuestra fantasía, y el hecho de jugar con el lenguaje incrementa nuestra capacidad de reflexión y de expresión además de favorecer la comunicación y comprensión hacia los demás. También libera estrés y cura heridas cuando trabajamos con episodios biográficos problemáticos, identifica necesidades de aprendizaje y nos da confianza y autoestima»
¿Conocéis algún medicamento tan completo?
Por favor, poneos todos a escribir ahora mismo. Yo doy fe de que funciona ; )
Millones de besos. Gracias al cariño que recibo desde este blog. Solo espero ser capaz de devolverlo.

Afrontando la lesión medular dijo...

Tengo la suerte de no tomar ningún medicamento a día de hoy. Comparto lo que dice Jesús Pérez porque lo compruebo en primera persona. seguiré escribiendo mientras pueda.

Voy a copiar lo que dice para incluirlo en el Post pues merece la pena. Gracias por el relato, Betty, y por esa estupenda aportación de Jesús Pérez.

Felipe dijo...

Es liberador escribir aunque, como me ocurre a mí, solamente me siento impulsado a escribir cuando algo me atormenta, ya sea el sufrimiento, la emoción o la duda.
Cuando es el sufrimiento mi escrito es de rebeldía, de ira, y lo necesito para eliminar mi frustración sin hacer daño a nadie, ni a mi mismo; cuando es la emoción porque necesito plasmar el un papel lo que siento, antes de que el tiempo borre su intensidad; cuando se trata de una duda porque solo enumerando lo que me preocupa puedo llegar a convencerme de cual es la determinación que debo tomar.
Sin embargo cuando mi vida es serena y estoy en paz no necesito escribir. Por eso mi máxima aspiracion actual es buscar la paz. Pero, después de 70 años voy llegando a la conclusión de que la paz nunca es duradera. Tendré que seguir escribiendo.

Afrontando la lesión medular dijo...

Interesantes tus reflexiones y tu relación con la escritura. Yo te aconsejo que no dejes de escribir aún estando en paz contigo mismo no solo porque lo haces bien sino porque está probado que favorece la plasticidad cerebral.

Besos estrellados de un cielo a punto de estrenar verano.