Aunque esta colaboración está colgada en Infomedula
https://issuu.com/infomedula/docs/infom_dula_n__49
No he querido dejar de compartirla en mi blog para que pueda ser leída en un formato más cómodo (la Revista ahora solo se publica en formato electrónico a través de ISSUU) y pueda llegar a más público no solo por lo que aprecio a Juan de Dios Villegas y a Carmen Alonso-Gasco sino por el valor del mensaje.
Hace cinco años estudié un grado
medio de Atención Sociosanitaria, más conocido hoy día como Atención a Personas
en Situación de Dependencia. Más tarde terminé mi formación con el grado
superior de Técnico en Integración Social y actualmente estoy formándome en
Inteligencia Emocional. En el transcurso de estas dos formaciones conocí a Juan
de Dios, en una de esas situaciones tan cotidianas para él y que para los demás
pasan bastante desapercibidas. Subido en la rampa averiada de un autobús empezó
nuestra aventura juntos, después de ese pequeño acto desinteresado por querer
ayudarle, intercambiamos los teléfonos y nos hicimos amigos.
Todavía
recuerdo con bastante nitidez el día exacto en el que comencé a trabajar con
Juan, él todavía se ríe de mí al recordarme en frente de su cama, paralizada
por el miedo, con la intención de querer sacar un cuaderno para apuntar todas
las tareas que tenía que desempeñar para atenderle. Sentía que empezaba de
cero, que todo lo que había practicado y aprendido en clase no me servía para
esa situación. Trabajar con Juan nunca fue un trabajo para mí, era como volver
a clase, todo lo ponía fácil, todo era un juego, somos un equipo con un
objetivo en común.
Con él
entendí que para atender a personas con una dependencia, nada valía, ningún
protocolo aprendido con anterioridad iba a darte las respuestas a las preguntas
únicas que componen a cada persona. Eso me tranquilizó, no es fácil entrar en
la casa, en la vida de alguien que convive con una lesión medular y querer
tener constantemente la sensación de control sobre la situación o pensar que
solo hay una única manera de hacer las cosas.
Durante
estos cinco años al lado de Juan he aprendido infinidad de cosas sobre lo que
significa ser una asistente personal, no es sólo saber cómo realizar bien un
sondaje, como poner bien la red de la grúa o como evitar una escara o una
futura úlcera, es mucho más. Es saber cómo piensa esa persona; qué tipo de
acciones le dan seguridad; con qué actitud tengo que presentarme desde que
entro por la puerta dándole los buenos días; qué herramientas puedo usar en una
situación en la que esa persona está sintiendo vergüenza, miedo o tristeza;
cómo puede ser el sentido del humor; cómo expresar cuando algo me hace sentir
insegura para que él también pueda contribuir a mi serenidad mental, a través
de su experiencia o de sus recursos personales; cómo solventar juntos un
problema que surge en un momento determinado, o simplemente no caer en
conductas paternalistas cuando tienes delante a una persona dependiente.
Atender
a alguien no es solo saber ser sus manos y sus pies, es saber quién es esa
persona, cómo es su manera de hacer las cosas, saber adaptarse a su propia
adaptación de vida, intentar no cuestionar qué es o qué no es lo adecuado para
él y, sobretodo, escuchar. Si algo nos gusta a nosotros es poder estar
trabajando juntos pensando en voz alta, eso es algo que Juan me dice mucho,
generar y construir confianza es uno de los pilares clave para este tipo de
trabajos.
Con el
tiempo me fui dando cuenta de que había algo que no habían mencionado en
aquellas instituciones, la palabra resiliencia y su significado para mí no es
casualidad que dos días antes de empezar a trabajar con Juan me la tatuara en
el brazo, todavía no era consciente de que Juan iba a darle todo el sentido a
esa palabra, solamente con su mera existencia, de lo mucho que iba a ayudarle
tenerla en ese sitio, tan visible, tan cercana, tan socorrida en algunas
situaciones.
Me
gustaría también hacer una especial mención a la salud mental, tanto de la
persona que asiste como de la persona asistida. Recuerdo la primera vez que
Juan verbalizó: “esto es como una cárcel”. No sabía dónde meterme, qué decir o
el porqué quería decir algo que paliara lo que estaba sintiendo, entender que
esa es su realidad, que así la vive. Acogerla, mimarla y acompañarle lo más
cerca posible en esos días en los que a uno no le va todo tan sobre ruedas como
le gustaría. En relación a esto, otro de los grandes pilares para mí es la
naturalidad, Juan me agradeció mucho desde el primer momento mi manera de
naturalizarlo todo, de normalizarlo, de darle su espacio, su relevancia, hacer
de una exploración anal el mejor de los shows jamás vistos en televisión,
convertir la vergüenza en algo de lo que sentirse orgulloso, tener
conservaciones trascendentales en un cuarto de baño, jugar a los carnavales
cada vez qué le doy su crema facial o ser la mejor estilista de moda para él,
son algunas de las cosas que más nos facilitan el día a día.
Si algo
me llevo de esta maravillosa experiencia al lado de Juan es que he aprendido a
amar la vida, a valorarla, a entender que cada día es una oportunidad para
superarnos a nosotros mismos, que no hay nada que no pueda curar una sonrisa,
un abrazo, un “estoy aquí para cualquier cosa” y que la única discapacidad es
una mala actitud frente a la vida.
Juan me
ha dado años de vida, de sabiduría, de experiencia vital. No es solamente la
persona a la que voy a atender dos días a la semana, es un gran amigo, una
persona auténtica, es amor, es paz, es vida, es la persona que todos querríamos
tener cerca, es inolvidable. Por esto y muchísimo más, te estaré eternamente
agradecida.
Muchísimas gracias, Carmen, por permitirnos compartir este viaje interior.
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