viernes, 30 de abril de 2021

La infancia que todos llevamos dentro (I)

Hoy quiero colgar este relato en tres actos, de uno de nuestro seguidores, Mariano Rivera. Es un relato autobiográfico. Se trata de semblanzas de infancia con un cierto toque pastoril que el autor me hizo llegar para que los colgara a modo de tres relatos para participar en el I Certamen de Primavera. Al no cumplir las normas de extensión exigidas en el certamen, no las he podido colgar pero no quería dejar de publicarlos de modo que lo cuelgo y abro un nuevo apartado bajo el título "La infancia que todos llevamos dentro" por si algún seguidor se anima a hablarnos de la suya.


Primer día de trabajo

Aquella mañana,  yo estaba despierto cuando mi madre entró en la habitación a llamarme con cuidado de no despertar a mis otros tres hermanos  pues todos dormíamos juntos, la casa y la economía no daba para más. En la cocina ya me esperaba mi padre, con la lumbre encendida calentando el desayuno :“vamos hijo, hay que espabilarse” me dijo, mientras yo quitaba una gruesa capa de nata del tazón de leche con pan.¿dónde vais hoy? preguntó mi madre. A casa de don Luis, a la finca “El Paraíso”, arreglaremos el tejado del secadero”, contestó. Era mi primer día de trabajo, tenía 14 años y estaba asustado y expectante sin perder detalle de nada. Con los nervios había dormido poco y mal, en mi memoria las palabras de mi amigo Josete, el me decía que "los hombres trabajando no tienen que quejarse, aunque les duelan los brazos y las piernas,y no tienen que demostrar miedo porque entonces son unos blandos”.–“Ten cuidado Manuel”- dijo mi madre, esos tejados están muy altos, cómete el bocadillo que llevas, haz lo que te diga el albañil , no seas contestón, y demás  advertencias, consejos de una madre llevada por una mezcla de preocupación y ternura. La mañana despuntaba ya entre dos luces, cuando salimos por el zaguán que da al patio, era primavera y las golondrinas entraban y salían veloces a sus nidos colgados de las vigas del techo. Caminando calle abajo, oímos el sonido hueco y fuerte de los cascos de las mulas al aproximarse a beber, señal que llegábamos a la plaza del pilón. Continuamos callejeando hasta la salida del pueblo, dónde estaba la panadería, el bullicio de la gente y un olor agradable a pan recién hecho lo inundaba todo. Allí nos unimos con el albañil (un hombre alto y con gesto serio) y con su ayudante algunos años mayor que yo. Tomamos el camino de la Vega hacia el río, aquí el frescor del amanecer se hacia notar, con las lluvias primaverales los bordes del camino estaban repletos de amapolas que destacaban su color rojo sobre la hierba verde.

 Primavera en el campo

Los lirios morados se alineaban con los cercados de piedra de los prados. En este tiempo lleno de margaritas, desde allí un buche, inmóvil nos miraba con sus ojos grandes y su aspecto de muñeco de peluche, para repentinamente salir corriendo moviendo la hierba y dejando un intenso olor a manzanilla. Más adelante, varios melocotoneros en flor tiñen de rosa la huerta del “Tío Colorín”, le llamamos así por tener la tez muy  pálida y cuando nos ve merodeando por allí, nos grita: “ay ladronzuelos, como os coja quitándome la fruta, os llevo al cuartelillo” y se le ponen las mejillas ruborizadas de un color rojo encarnado, como pintadas. Es primavera y a nuestro paso las plantas nos muestran todas sus variedades, aquí unas flores moradas en forma de campanillas, allí la retama con su flores amarillas, las flores del ajo silvestre lucen como bolitas rosas en medio de los herbazales. Los campos de cereal bordeado de árboles frutales ofrecen cobijo a los pájaros para poder anidar. El canto de una oropéndola delata su posición sobre una rama seca, cómo ave exótica, destaca por su color amarillo dorado. Y pienso en mi amigo Josete, seguro que diría: “está de pechuga, fijo que no le fallaría con el tirador, tendremos que venir por aquí explorar”. Con 14 años despreocupado de todo, los pensamientos son esos“ vivir jugando”. Ayer correteaba por estos campos, como un niño ajeno a las responsabilidades de la vida y hoy echo de menos esa niñez, sin haber salido aún de ella. Entramos en la finca por un camino bordeado de perales formando un túnel con sus ramas en flor que nos envuelven por completo, el zumbido de las abejas en las flores y el olor de estas nos deleita los sentidos. Al fondo, se ve una casa grande, envuelta en la bruma del río, con enormes y altas chimeneas (donde incluso las cigüeñas han podido construir sus nidos) y flanqueada por dos gigantescos nogales. Me preguntó si mi padre, pudo elegir este idílico lugar para que yo no olvidara mi primer día de trabajo.

Finca “El Paraíso"

Nos recibe Claudio, el encargado. –“Buenos días, a ver si arregláis bien los tejados y sobre todo no dejéis ni un pájaro, hacen sus nidos levantando las tejas, se llena todo de goteras y después se pudre el tabaco. Tras conversar ambos un rato, el albañil asiente con la cabeza y nos dirigimos al secadero, un edificio imponente de unos diez metros de altura, con una construcción característica, llena de ventanas a modo de rejilla de ladrillo, por donde el viento entra, formando corrientes de aire que secan el tabaco. En el interior todo está en penumbra, con una luz difusa como en una iglesia. Subimos al tejado desde aquí, por unas escaleras de madera, que no ofrecen ninguna seguridad, hasta una buhardilla. El trabajo consiste en levantar dos filas de tejas de la parte superior, con lo que queda al descubierto la canal inferior para poder limpiarla. -Tú colócate aquí en la parte alta, en el caballete, no te acerques a la orilla del tejado y no corras aunque salgan avispas, no sea que te vayas a caer y tengamos algo que lamentar-, me indica el albañil. El tejado tiene mucha inclinación, además los compañeros cuentan historias algo maliciosas, consciente de mis preocupaciones como novato. Sin esperarlo, al levantar una teja, sorprendido veo cuatro huevos y reconozco que es un nido de mirlo. Tengo que tirarlos abajo, es mi obligación, pero tengo dudas y  el albañil me nota algo. –“Vamos chaval que es para hoy, tenemos que terminar este lado esta mañana”. Tiro algo de fusca del nido al aire, disimulando  y algo nervioso, le respondo:” mira un nido abandonado, estos pájaros ya han volado”. Con cuidado vuelvo a colocar la teja en su sitio. Miro hacia el campo, desde aquí arriba todo es como una alfombra de flores y árboles y allí, posada en una rama alta del nogal, sin perder uno solo de mis movimientos, aquella mamá mirlo, me observa, yo la miro y como si tuviésemos  un lenguaje común, para poder entendernos, levanto algo las manos, queriendo expresarle “tranquila están a salvo”. Vuelvo a recordar a mi amigo Josete, si me viese diría  que soy un blando y pienso “buah"es un niño, todavía está en eso de cazar pájaros. Era un día de primavera y todo estaba en orden en el paraíso.

Mariano Rivera                         Calera y Chozas (Toledo), 29 de Abril de 2021



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una historia muy tierna. Me recuerda a la novela "El Camino" de Miguel Delibes.

Afrontando la lesión medular dijo...

Pues qué casulidad justo hace un rato estaba leyendo sobre Delibes.

Gracias por seguirnos y comentar.