En esta Entrada iré colgando los Cuentos por orden de recepción. Como el pasado año, me gusta avisar que en esta Entrada no se deben de emitir comentarios para no condicionar a los lectores y para que las votaciones no se inclinen a uno u otro lado. Cada cual que lo lea y cuando llegue el momento de votar, haré una Entrada por cuento para ir votando.
Me alegra mucho haber recibido ya cinco cuentos. A ver si se anima más gente pues estoy segura que lo haréis muy bien.
El viejo bastón
El viejo bastón permanece arrumbado en el paragüero del vestíbulo desde hace mucho tiempo... no sabría decir, algún año quizá. Allí sestea olvidado, en incómoda proximidad con un elegante paraguas negro de caballero y de otro más colorido y chillón, ridículo como una cursi y emperifollada sombrilla de damisela, de las de antaño. Soporta en silencio las insulsas charlas de sociedad de la pareja, cuando vuelven de la calle:
- El paraguas de la señora Tal me dio recuerdos para ti, dice el paraguas-sombrilla al compañero; tendrías que haber visto cómo iba... y bla, bla, bla.
El paraguas-frac cumplimenta repulidamente a la compañía: - Ciertamente...Humm... Muy amable por su parte... Hummm...Pues tal y tal y tal...
El viejo bastón permanece mudo, siempre. No es su idioma. Recuerda, con la pena latiendo en sus viejas vetas de olmo, aquellos tiempos en que una mano recia y áspera, con huellas de callosidades en la palma y las venas hinchadas por la edad, lo asía amigablemente y lo llevaba a dar sosegados paseos por el parque... aquellas conversaciones lentas, breves y pausadas, en un banco, sobre cosas o amigos ausentes ya, sobre los viejos y mejores tiempos, qué sé yo: la vida cabe mejor en palabras cortas y en silencios elocuentes que en las largas verborreas, más propias de chácharas de pájaros que de las serenas confidencias entre un viejo y su bastón.
Sin embargo, hoy la rutina se ha roto repentina e inesperadamente. Una mano, otra mano, pequeña, tersa, suave, inquieta... lo ha cogido de improviso, sin miramientos. Y de pronto se ha visto convertido en el caballo al galope del jefe indio Toro-Sentado, pasillo adelante. Y en el cuchillo largo del general Custer, a la carga, pasillo atrás. Al momento, sin saber cómo, era el rifle de Ojo de Halcón, o de Uncas, asomando entre los recios troncos de los bosques de Nueva Inglaterra, al acecho de los crueles "hurones" escondidos entre las patas de las sillas del salón, siempre dispuestos a
perjudicar a los mohicanos. Sin poder reponerse del último y
certero disparo de Magua, se vio convertido en la espada láser
de Skywalker, trabada en mortal combate con un galáctico
enemigo cósmico, con forma de fregona. Y un instante después,
era el catalejo de John Silver el Largo, avizorando las costas de la
isla del Tesoro desde los obenques de la escalera de mano guardada en
el trastero... quiérase leer, desde la amura de babor de la
goleta Española. Sin tiempo para curarse el mareo, el viejo
bastón era ahora la lanza de Ivanhoe, avanzando enhiesta y
amenazadora hacia un malcarado normando, camuflado de jarrón
chino de la dinastía Ming y con una pegatina, todavía,
del "todo a cien" - también chino- a la vuelta de la
esquina. Y entonces, un grito agudo, algo histérico diríase,
ha interrumpido el inminente combate. El viejo bastón ha caído
a plomo sobre la alfombra del vestíbulo. Una voz, sin duda
agradable y cálida, maternal en normales circunstancias,
aunque ahora muy, muy irritada, ha acompañado la retirada de
Ivanhoe, capturado poco caballerosamente por una oreja, mientras se
veía obligado a escuchar los terribles conjuros de aquel
inesperado enemigo de poderes sobrehumanos, qué duda cabe: -
Te voy a dar con la zapatilla, trasto... que eres un trasto. Verás
cuando se lo diga a tu padre...
¡Hélas!
ha pensado el viejo bastón, en uno de sus escasos raptos de
nostalgia parisina, Uc fugitur umbra... sic gloriam, ha
sentenciado, recordando sus tardes de tertulia en el casino, en
compañía del bambú de un canijo profesor de
latín, jubilado.
Poco después,
otra mano, otra más, ahora delicada, esbelta, refinada, con
olores a cremas de aloe y esmalte de uñas, ha recogido el
bastón y, con la precisión de un Guillermo Tell, lo ha
metido de regreso en el paragüero, con un suspiro pequeñín
y profundo.
Entre las miradas de
envidia del paraguas- frac, y las de celos del paraguas-sombrilla, el
viejo bastón ha lanzado una queja, una hipócrita,
farisea y fingida queja:
- ¡Jesús!
¡Qué maneras de salvaje! En fin... ¡este nietooo!
JMA
En Ávila, a 8 de abril de
2014
La
Mirada
Hacía
varios meses que regresaba a casa envuelto en la resaca del alcohol y
con la culpa golpeándome el estómago. Y allí
estaba siempre, de espaldas, sin mover ni un músculo, sin el
menor atisbo de que mi presencia le molestara, observando borrosas
imágenes colgadas en aquella pared.
Aquel
día permanecí allí. Estaba cansado. Una gran
sombra nublaba mi vista y el dolor se tornaba insoportable.
Y
por fin pude ver sus ojos, cálidos, acogedores, compasivos.
Traspasando los marcos, mi imagen se fue difuminando sin poder
apartar la mirada de ellos.
La torre del camaleón
que conocía cada palmo de la ciudad, que podría caminar por ella con los ojos
cerrados; recorrer sus callejuelas, atravesar sus puentes o pasear por el parque
frente a la bahía. Con solo respirar el aroma del río Blue Rain podía saber si me
encontraba en las proximidades del puerto, junto al puente de la Esperanza o si
había alcanzado el estuario. Zack me demostró que había rincones de la ciudad que
no conocía y me abrió los ojos a un mundo singular.
Nos encontramos en un pequeño café de la calle del Ámbar. Lo cierto es,
que fue él quien me encontró, de eso me enteré tiempo después. Aquel café era
un lugar tranquilo donde las vibraciones eran tenues. El caos de la ciudad se
quedaba tras la puerta y allí podía pensar, tomarme un respiro. Como cada tarde
tomé asiento al fondo de la barra donde la luz era tenue. Esperaba a Antonio, el
camarero, para pedirle mi acostumbrado café; él ya conocía mis gustos. Tras la
barra apareció Zack, me dio las buenas tardes mientras preparaba mi café, corto,
en vaso de cristal, con un chorrito de leche fría y un palito de galleta bañado en
chocolate. Lo observé sorprendida mientras lo preparaba. Tal vez Antonio le dejó
instrucciones de cómo hacerlo, pensé. Sonrió consciente de mi sorpresa.
—Espero sea de tu agrado.
El movimiento de sus labios al hablar era como el de una pareja bailando un
vals, elegante, pausado.
Jamás probé un café igual. Al ver mi expresión sonrió satisfecho. La tarde se
esfumó sin más, la pasamos conversando, cada uno a un lado de la barra. Cuando
quise darme cuenta ya era noche cerrada.
—He de irme.
—Espera, ya he terminado. Te acompaño.
—No es necesario. Lo siento, te he entretenido y apenas has trabajado
desde que he llegado. Espero no causarte problemas.
—No te preocupes —me dijo—En ningún momento he desatendido mis
obligaciones.
Las aceras estaban húmedas. La tarde debió ser tormentosa pero cuando
alcanzamos la calle el cielo estaba despejado. Las farolas proyectaban una luz
tenue como de otro tiempo. La ciudad parecía cansada, pero caminar por sus calles
junto a Zack me embriagó, me colmó de una paz inmensa.
—Quisiera enseñarte algo antes de acompañarte a casa. Espero que no sea
demasiado tarde.
Miré el reloj, fue un impulso porque, fuera tarde o no, pensaba decir que
tenía todo el tiempo del mundo.
Callejeamos en silencio, de vez en cuando detenía sus pasos y bajo la
luz de una farola para que pudiera entender el baile de sus labios, me hacía un
comentario, una pregunta. Que agradable sensación provocaban aquellas palabras
pronunciadas por esos labios sosegados.
Aquella tarde vi por primera vez la torre del camaleón.
—¿Esta torre siempre ha estado aquí? —pregunté sorprendida.
—Desde hace siglos. —Zack soltó una sonora carcajada que hizo vibrar todo
su cuerpo.
Aquel torreón cuadrado, sobre el que descansaba un enorme camaleón,
sobresalía al menos diez metros sobre los edificios colindantes. Aquel camaleón
disfrutaba seguramente de las mejores vistas de la ciudad, del río y su espléndido
estuario.
Mientras atravesábamos el vestíbulo me preguntaba como podría
habérseme escapado la presencia de semejante edificación.
—No te atormentes. Mi hogar pasa desapercibido a menudo.
Subimos a lo más alto, hasta el ojo del camaleón. Las vistas de la ciudad me
dejaron boquiabierta.
—¡Esta ciudad es tan bonita!
—El mundo es bello, querida. Lo que ocurre es que nos empeñamos en
afearlo, creamos oscuridad donde solo hay luz, tristeza y dolor donde reina la paz.
El ser humano está enfermo, y ni siquiera es consciente de ello.
La brisa de la noche era fresca y sentí un escalofrío.
—Bajemos a tomar una copa frente a la chimenea.
Descendimos y caminamos a una sala repleta de vida, de conversaciones
animadas, de lecturas acomodadas bajo antiguas lámparas. Todos se mostraron
encantadores. Después de saludar y presentarme a algunas personas me tomó del
brazo y me miró a los ojos.
—Vayamos a la otra sala, allí estaremos más tranquilos.
—¿Qué es esto, un hotel? —pregunté.
Zack volvió a soltar una de sus carcajadas. Las vibraciones escapaban por su
brazo alcanzando mi cuerpo.
—No por Dios. Este es mi hogar. Algunos trabajamos y vivimos aquí, otros
sólo trabajan y algunos, simplemente pasan un rato, una temporada.
—¿Que tipo de trabajo realizáis?
—Todo a su debido tiempo —dijo.
Dejé de leer sus labios y decidí escuchar lo que sus ojos tenían que
contarme. No sabría decir cuantos años tenía Zack por aquel entonces. Su mirada
tenía la sabiduría de un hombre mayor, La sonrisa ingenua de un niño. El amor
sincero del que nunca ha sufrido. Posé mi mirada en sus manos. Tenía una piel que
intuía aterciopelada. Acaricié su mano sin pensar y él observó sin decir nada.
—Perdona mi atrevimiento. —me excusé bajando la mirada, avergonzada.
Zack tomó mi barbilla para que le prestara atención.
—No te disculpes.
No pude evitar seguir escrutando su aspecto. Su cuerpo atlético y su porte
elegante parecían pertenecer a un hombre joven y sin embargo estaba convencida
de que casi me doblaba la edad.
Fue una noche estupenda. Me acompañó a casa y me invitó a regresar
cuando quisiera. Lo hice. Cada vez más a menudo, hasta que se convirtió en una
costumbre. Pasé varios meses entrando y saliendo de la torre del camaleón.
Disfrutando de su imponente color, de sus cambios de tonalidad según mi
estado de ánimo. Observando la ciudad, observando como se desarrollaban los
acontecimientos.
En una ocasión, Zack tomó mis manos y me pidió que cerrara los ojos.
Entonces me habló.
—He de decirte algo importante. Creo que ya estás preparada para conocer
la verdadera historia de la torre del camaleón. Aquí observamos el mundo,
protegemos un mensaje importante y buscamos indicios que nos indiquen que el
hombre por fin estará preparado para escucharlo. Pero mientras el ser humano
se empeñe en hablar diferentes lenguas, adorar a dioses distintos, mientras se
empeñe en luchar por demostrar que el color de su piel es más pura, mientras
la ambición haga estragos, nada podemos hacer. Te conozco desde que eras una
niña. He esperado todo este tiempo, pero por fin llegó el momento y por eso fui a
buscarte aquella noche.
Tardé en abrir los ojos un rato. Me aferré a sus manos mientras mis
lagrimas rodaban por mis mejillas sin control. ¡Escuche su voz! De veras la escuché.
El menaje era absurdo, solo podía ser contado por un loco, pero su voz era tan
maravillosa como todo lo suyo. Hubiera deseado quedar ciega de por vida si eso
me hubiera permitido escucharlo más a menudo.
—Piénsalo, tomate tiempo, pero me gustaría que trabajaras aquí, conmigo.
—Me acompañó a casa y se despidió con la misma frase—. Tomate tu tiempo.
En la soledad de mi cuarto tomé conciencia de que aquella primera noche
que descubrí la torre del camaleón ya tomé mi decisión. Aun así tardé en regresar a
la torre. Decidí que tenía que zanjar algunos asuntos antes de dar el paso. No creía
ni una palabra de lo que me contó y sin embargo estaba dispuesta a dedicar todo
mi tiempo a aquella absurda causa. Casi un mes después, caminé hacia la torre con
mis pertenencias metidas en una maleta. La torre se veía imponente, la luz del sol
se reflejaba proyectando sobre su fachada un color verde intenso a veces azulado,
y según avanzaba se tornaba violeta y rojizo. No tuve que llamar, Zack me esperaba
en la puerta.
En la torre del camaleón el tiempo transcurría lento y la atmósfera de esa
casa lo envolvía todo con un halo entrañable, me mantenía en un constante estado
de aturdimiento, la felicidad era casi insoportable. Fueron muchos los momentos,
las conversaciones. Una noche me preguntó si nunca había deseado tener hijos.
—Nunca. Bueno, alguna vez, pero, no encontré el momento, no encontré la
persona adecuada. Y..tú, ¿los echas de menos?
—Tengo un hogar lleno de personas que me necesitan, que me quieren y se
preocupan por mi. Soy un padre afortunado ¿No crees?
Me enseñó que podía divisar el mundo entero desde allí arriba. Había
otras torres, otros camaleones diseminados por la tierra y todos ellos conectados.
Pasábamos horas observando el mundo bajo al atenta mirada del camaleón. En
ocasiones descubríamos alguna persona digna de compartir nuestro secreto. En
muchas ocasiones acompañé a Zack a acudir a su encuentro. Recorrimos medio
mundo juntos.
A veces necesitaba estar sola y regresaba a mis paseos por el parque de la
bahía. Allí decidí que no podía seguir engañando a aquel loco maravilloso. No creía
en su lucha, era sincera en todo lo demás, pero mi dedicación solo justificaba mi
egoísmo. En la torre, junto a Zack y los demás, lo tenía todo. Me sentía querida, era
feliz. Regresé del paseo y me encerré en mi cuarto. Con la complicidad de la noche
salí de la torre sin mirar atrás, sabiendo que me arrepentiría de lo que estaba
haciendo, pero satisfecha por ser honesta, conmigo y con el loco de Zack. Recuperé
mi vida. Caminé cientos de veces hacia la calle y observaba la torre que, poco
a poco, perdía su esplendor. Se tornó gris y un día desapareció bajo una espesa
bruma. Me convencí de que era lo mejor. La ciudad se fue decolorando y no regresé
jamás a aquel café.
Hasta que no pude más. El día era claro y la niebla no podría ocultar su
presencia. Caminé calle adelante intentando adivinar su silueta, necesitaba verla,
aunque fuera gris. Pedí de corazón al camaleón que se mostrara ante mi. Pasé
horas sentada en la acera observando el vacío entre los edificios. Vencida, decidí
regresar a casa, entonces alguien posó su mano sobre mi hombro y di media vuelta
para ver quien era.
—Regresemos a casa —me dijo Zack.
Cuando de nuevo tuve la torre frente a mi, se mostraba majestuosa, con
sus brillos tornasolados, creando una coreografía de colores maravillosa. Jamás
escuché un reproche por lo que hice. Cuando confesé que todo aquello me parecía
una locura posó de nuevo su mano en mi hombro.
—Ya lo entenderás. Todo a su debido tiempo.
Fui descubriendo cosas, aprendiendo a interpretar, a esperar y a no
desesperar ante la necedad del ser humano. Aprendí a ser optimista y ver la luz en
pequeños detalles, pequeños gestos de algunas personas. Aprendí a confiar en que
con el esfuerzo de unos pocos algún día conseguiríamos darle la vuelta al mundo y
hacer comprender a los hombres lo errado de su camino.
Durante ese tiempo Zack envejecía y yo maduraba sin darme cuenta. Y
seguía aprendiendo.
—¿Que es eso que tienes en el brazo? —pregunté una tarde.
—Es sólo una marca, una señal. Cuando mi tiempo llegue a su fin, la marca
se desdibujará, mientras, otra aparecerá en otro brazo. Creo que mi tiempo se
agota.
—No digas tonterías. ¿Quién se ocupará de esto cuando tu faltes?
—No lo sé. Todo a su debido tiempo. Tal vez seas tú, o cualquiera de los que
están aquí. Así no hay rivalidades, nada tenemos que demostrar. Uno es libre para
irse o quedarse.
—¿Alguna vez os ha traicionado alguien?
—Jamás. —Zack me regaló una de esas carcajadas que me llenaban por
dentro hasta reventar. Como si lo que planteaba fuera un absurdo imposible.
El tiempo pasa. Hace años descubrí una pequeña mancha en mi brazo. Crece
despacio. Llevo tiempo observando con disimulo la suya y de momento permanece
intacta.
Recuerdo una de nuestras veladas como la mejor. Todavía hoy, años
después, cierro los ojos sentada en el sofá junto a Zack y rememoro aquel tiempo.
La vibración de la música llegaba hasta la azotea. El ritmo de un vals entraba en mi
cuerpo haciéndome cosquillas en las plantas de los pies. Imaginé lo bello que sería
disfrutar de la música y de los labios sensuales de Zack contándome alguno de
esos instantes maravillosos que había vivido y que compartía conmigo. Le tomé las
manos y le pedí que bailara conmigo.
—Ya soy mayor para eso, además dejé olvidado el ritmo dentro de unos
calcetines viejos.
—Baila conmigo —insistí.
Observé la sonrisa infantil de sus ojos, y sucumbió ante mi insistencia.
Tomó mis manos y me dejé llevar por sus pasos. Cerré los ojos para disfrutar del
momento. Entonces volví a escuchar su voz.
—¿Sabías que al igual que tú, el camaleón carece de oído externo? Se deja
guiar por las vibraciones. Siempre pensé que eso era una señal.
Terminó el vals y todavía permanecimos un rato abrazados, él hablaba y yo
me perdía entre la musicalidad de sus palabras.
Supe que no podía engañarle, supe que era consciente del paso del tiempo.
Le convencí para que dejara que me trasladarse a su cuarto. Quería apurar hasta
el último segundo junto a él. Hice llevar una pequeña cama auxiliar y me acomodé
junto a él. Pasado un tiempo, Zack comenzó a andar con dificultad. Nos hemos
trasladado al ojo del camaleón. Podemos disfrutar de las vistas que nos ofrece su
ojo que todo lo ve. Ahora no sé que pensar, no creo ser digna, no se si seré capaz de
afrontar tanta responsabilidad. Todavía no se que es lo que creo realmente.
—No sufras. Antes o después volveremos a vernos.
—Me buscarás si me pierdo entre los rincones de la eternidad.
—No te perderás y yo no andaré muy lejos.
Me gusta dormirme observando el mundo lleno de pequeños locos que no
saben que existe la cordura. Me gusta observar las estrellas y después observar
como sus labios bailan al darme las buenas noches. Me gusta ver la mirada infantil
de esos ojos cansados antes de cerrar los míos y descansar.
Betty
Tener o no tener
Fernando - porque este
hombre se llama como se llamaba mi hermano- es ya mayor, flirtea con
los setenta, pero su aspecto es recio y fuerte, varonil. Su cortesía
es esmerada; su forma de hablar delata al hombre de mundo, más
cultivado en las aulas de la vida, de los negocios, que en las mesas
de lectura de las bibliotecas...Cuando, a media tarde, coincidimos en
el comedor común de la 1º SE, tras el café flojo,
siempre café, ambos, charlamos un rato, antes de que cada uno
tome su propio rumbo a su propia tarde toledana en Parapléjicos.
Los asuntos no son los propios de una conversación típica
entre pacientes. No hablamos de sondajes ni de "cohetes",
ni de qué enfermeras están más buenorras.
Hablamos de Suiza y sus bosques bien explotados, de USA y sus
prepotentes rascacielos, del agua que aquí nos falta y en
Francia les sobra... pero al final, siempre llega el momento de la
confidencia personal, íntima, dolorida y casi clandestina
sobre lo que cada uno estamos sintiendo o , no hace mucho, fuimos
sintiendo a lo largo de ese tortuoso y torturante camino de la lesión
y la invalidez, desde el momento en que supimos, o mejor, tomamos
conciencia de que éramos reos de una condena perpetua a
reclusión en una silla de ruedas.
Fernando está
hablando...
... Mira, JM, cuando
después de aquella tarde, en la playa, cuando tuve que
sentarme porque un dolor terrible me mordía la espalda... y ya
no pude volver a ponerme en pie, ya no pude andar... cuando poco
después en el hospital me dijeron que me había quedado
parapléjico... pensé: Toda mi vida he sido, creo, un
buen cristiano evangelista, como tal he vivido, creo que no he sido
mala persona, ni mal marido, ni mal padre. El Señor bien
podría haberme librado de este sufrimiento, a mi y a los míos,
con todo lo que le he rezado... pero NO HA QUERIDO. Y yo no puedo
hacer otra cosa que humillar la cabeza y cumplir su voluntad. Y
luchar para que los míos sepan que sigo siendo el mismo...
Se marcha empujando su
silla de ruedas, con su eterna media sonrisa en los labios, siempre
correcto, siempre. Y entonces, un escalofrío me abraza y
siento un ramalazo de envidia. No puedo evitar pensar en la imagen
tópica de un faro, en medio de la tormenta, proyectando su luz
hacia las espesuras de la noche negra, donde un barquichuelo
zarandeado por las olas y el viento, recibirá la luz con
alegría y esperanza, porque esa luz les salva de los escollos
acechantes entre las olas... Fernando tiene su faro, yo navego a
trompicones y haciendo agua, sin saber en qué dirección
está mi puerto y mi salvación. Esa es la diferencia
esencial entre nosotros. El tiene Fe. Yo ni puedo acogerme al lema de
Leonardo da Vinci: NEC SPE, NEC METU. Sin miedo ni esperanza.
Tengo mucho de lo
primero e ignoro qué es lo segundo.
Me escapo por la rampa,
a toda la velocidad de que soy capaz, y busco un lugar escondido en
los árboles de la orilla del Tajo. Y lloro, lloro, lloro...
JMA En Ávila, a 4 de
octubre de 2014
El despertar
¿Dónde estoy?. ¿Qué me ha sucedido?. Estoy tumbado boca arriba en una cama, no recuerdo nada, no puedo moverme, de mis brazos salen sendas conexiones a dos monitores cuyas indicaciones no logró interpretar y no consigo articular ningún sonido. Por mi boca y nariz entran tubos y, sobre mi cabeza cuelga un bote semitransparente desde el que veo gotear, intermitentemente, el contenido de ese bote. El miedo me atenaza. Un sudor frío perla mi frente y no tengo ninguna sensación en ningún miembro de mi cuerpo. Lo único que me funciona, a tres mil revoluciones, es la mente. Tengo que hacer algo para salir del marasmo en que me encuentro y, para ello, solo dispongo de la posibilidad de bucear en mi confundida memoria. No consigo explicarme que nadie acuda a atenderme.
-oOo-
Mi nombre
es Juan, tengo 26 años,
soy ingeniero y trabajo en una empresa
de Madrid desde
hace poco más de un año. El último
día que recuerdo
empezaba mis vacaciones y, poco antes
de salir de Madrid, fui al Hospital
Clínico a ver a mi amigo Ramón,
compañero de carrera,
que había sufrido un gravísimo accidente
de coche.
Ramón es un amigo
con el que he compartido vacaciones y aventuras en años anteriores pero que este año no ha podido ser por su accidente y porque este año la vacaciones las pensaba
compartir con María, una chica de Barcelona
que he conocido en un congreso de seguridad vial y
de la que me he enamorado casi sin quererlo.
Salí del hospital con el corazón
encogido por lo que acababa de ver. Lo de Ramón es demasiado fuerte
para asimilarlo, sólo tiene 27 años y está sumido
en un coma profundo desde hace más de un mes.
Una vez en el coche, próximo
ya el mediodía, emprendí viaje,
tratando de desimpresionarme y me dediqué a repasar,
no sin cierta complacencia, el último año y medio
de mi vida. La entrega
con éxito del proyecto de fin de carrera, la contratación, casi inmediata, con una empresa
importante que me ha permitido, gracias
a un sueldo digno, pasar
del estatus de estudiante en apuros a ser
un profesional considerado por su trabajo y con desahogo
económico suficiente como para
comprar un buen coche para este primer
viaje de vacaciones. Y para colmo haber conocido
y logrado enamorar y enamorarme de María, otra colega de mi misma profesión, guapa a rabiar, simpática, educadísima, con aficiones muy parecidas a las mías y que ha decidido
compartir sus vacaciones conmigo.
¿Qué más se puede pedir?.
Casi había logrado
olvidarme de lo de Ramón.
El tráfico no era muy denso y la conducción resultaba verdaderamente placentera, iba como en una nube y los kilómetros pasaban casi sin
sentir. La luz de finales
de septiembre daba a los campos una nitidez de paisaje y un contraste de luces y sombras que nada tenía que ver con el aspecto caliginoso que presentaban los campos un mes atrás.
Paré a tomar un almuerzo
ligero, pensando en el largo
camino que me quedaba por recorrer y continué viaje.
Mis pensamientos derivaron otra vez hacia María,
aún no me lo podía
creer, había quedado con ella en recogerla mañana
en Barcelona, porque
ella empezaba sus vacaciones un día después
de las mías. Quería
dormir por el camino en un pequeño
hotel de carretera, que conocía de un viaje anterior,
para iniciar el viaje con María completamente descansado, con mi mejor aspecto y disposición de ánimo.
Mi baja autoestima, a pesar del continuo esfuerzo para reforzarla, buceando en
mis pequeños logros recientes, me obligaba a tratar de presentarme ante María
como alguien mejor de lo que yo mismo me consideraba.
Al caer la tarde,
en el lubricán, a no demasiados kilómetros del hotel, empecé
a notar el cansancio
del viaje y de las emociones y pensé que tenía que extremar las precauciones en la conducción. Volví a acordarme de Ramón y abandoné la autopista para tomar una carretera de menor tráfico
que me llevaría hasta el hotel en el que pensaba pernoctar.
Acostumbrado a la conducción en la autopista el tramo de 20 kilómetros, por una carretera más estrecha y de doble sentido
de circulación, se me hizo mucho más largo de lo que pensaba. Ya debía faltar
poco para llegar
al hotel. Llegaría,
haría una cena ligera y me iría pronto a la cama, para madrugar
al día siguiente.
-oOo-
¡Las luces largas del coche que ha parecido
en la curva por la izquierda me deslumbran!....¡me
deslumbran!.....¡me
deslumbran!.....................................................................................................
-oOo-
¡Señor!........¡Señor!.............¡Señor!........ El empleado del hotel me sacude.
¡Me dijo que le despertara a las ocho!. ¡Le he llamado cinco veces por teléfono y no me contestaba!. ¿Le sucede algo?.
Estoy en la habitación del hotel no me sucede
nada, de mis brazos no salen conexiones a ningún monitor ni hay tubos que entren por mi boca ni por
mi nariz, el coche lo esquivé en el último
momento, cené ligero,
me acosté y he dormido,
con una horrible
pesadilla, como un leño. Aún no se me ha pasado la sensación de pavor.
Debo ducharme,
afeitarme pronto y
desayunar. ¡María me espera!. No me había olvidado de Ramón. Nunca podré hacerlo.
Felipe Vila
Málaga
3 de Octubre de 2014
El
valor de una lata de refresco
Decía Machado que
es de necios confundir valor y precio. Hablemos pues, del valor, y en
concreto del valor de una lata de refresco, sin preocuparnos de su
precio. Y de Damián. Unos treinta años: hombre joven,
como ven. Casado, felizmente. Dos hijas: 6 y 3 años. Palista y
camionero de profesión, motero, rockero y barranquista,
cazador, buen bebedor de cerveza... y tetrapléjico. Una noche
animada, una chica que no era su legítima, un paseo en moto
- dirán ustedes: un clásico. Pues sí.- Y una
señal de tráfico que estaba donde sí debía
estar. Fue la moto la que iba por donde no debía ir. En
resumen: un tetrapléjico sin remisión y una muerta,
también sin remisión, como suele suceder.
Damián ya era
veterano en el HNP cuando yo llegué. Compartíamos
habitación y origen: los dos éramos maños.
Conversábamos de todo y de todos antes de apagar la luz, cada
noche, como dos íntimos amigos de toda la vida.
Damián necesitaba
ayuda para cada actividad cotidiana; para levantarse y para
acostarse, para hacer las transferencias en el baño, para su
aseo, para vestirse o desnudarse, para que le pusieran un tenedor de
mango anchísimo en la mano agarrotada y poder comer él
solo sus escarpines de york y queso... Cada tarde jugaba
incansablemente al ping-pong con sus familiares. Cada día
subía y bajaba incontables veces, marcha adelante y marcha
atrás, la rampa del hospital. Pero era un dependiente
absoluto, que ni siquiera podía cambiar de postura en la cama.
Todo un carácter encarcelado en un cuerpo de sangre, hueso y
músculo absolutamente gripado...
Una tarde apareció
en la habitación con una lata de refresco en el regazo y me
anunció solemnemente que iba a tomársela. Después
de abierta, claro. Y él la iba a abrir sin recurrir a nadie.
Lo intentó
con los dedos, pero no pudo. Lo intentó usando un llavero como
palanca para levantar la anilla abre-fácil (según para
quien, como ven). Se le caía de las manos. Juraba. Volvía
a la carga.
Después
de mucho tiempo, viendo los fracasos sucesivos de sus intentonas, de
sus estrategias, hablé:
- Damián,
pásame la lata. Te la abro...
- !Vete al cuerno,
copón! exclamó sin dejar margen a la insistencia.
Y empezó a tratar
de levantar la anilla de aluminio con los dedos de nuevo, con los
bordes de las manoplas de cuero que usaba para impulsarse en la silla
de ruedas... Finalmente, usó la nariz.
Cuando después de
muchos minutos largos como eones, de más fracasos y
juramentos, de vuelta y vuelta a la carga, levantó la vista
hacia mi, estaba radiante, feliz, orgulloso, triunfante...con su
barbilla chorreante de sangre que goteaba profusamente de una nariz
en carne viva, con la camisa salpicada de sangre, sus manos
ensangrentadas... El refresco gasificado borboteaba por el orificio,
ya abierto, y caía por los lados. Le di un abrazo, al pasar
junto a el y le murmuré : " Par de güevos tienes,
maño...". Me empujó con el hombro,
amistosamente. " No corras mucho, gacela" me dijo
con toda su sorna maña. Me detuve un instante, junto a la puerta.
Me afiancé sobre mi pata de palo y una muleta y, ya con una
mano libre, extendí el brazo hacia él y levante bien
levantado el dedo corazón. Soltamos una carcajada... Salí
renqueando al pequeño cosmos hospitalario para hacer mis
paseos vespertinos a paso de tortuga...
Ese fue el
valor que adquirió, desde entonces, para mí una humilde
lata de aluminio para refrescos. Fue la lanza, la espada, el puñal
con el que Damián venció al desaliento y a la
humillación diaria de la dependencia absoluta.
En Ávila, a 4 de
octubre de 2014
J.M. Ara
J.M. Ara
El nuevo hospital de Toledo
Fue inesperado y ensordecedor. Todo comenzó a dar vueltas y una nube de polvo invadió el interior del vehículo. La calma llegó y no tuve fuerzas para quitar el plástico del airbag. Cerré los ojos.
Alguien me preguntó si podía salir y creo haberle respondido que no. Que no sentía las piernas. Estaba tranquilo y me quedé así, recostado boca arriba.
Algunas voces femeninas que hablaban despreocupadamente me despertaron. Dije algo para que supieran que estaba ahí, que estaba vivo, pero no recuerdo qué. El movimiento, las luces, la camilla, los aparatitos, hacían innecesaria cualquier pregunta. Viajaba en una ambulancia. No tenía dolores (nunca los tuve). Sabía que algo había pasado pero estaba en calma, con tranquilidad, en paz. No movía las piernas pero tampoco tenía ganas ni necesidad de hacerlo. Supuse que estaba sedado.
Los haces de luz roja se movían rápida y silenciosamente. Creo que fue el leve movimiento de la cama que terminó de despertarme. Y ahí estaba. Erguido a los pies de mi cama. Un hombre serio, relativamente joven y con una bata de color claro. Sin siquiera saludar y con voz pausada hizo una descripción de mi estado y mis heridas. Y comenzó a detallar una en particular. “… ese golpe le ocasionó una lesión medular. Será trasladado inmediatamente a Toledo. En ese hospital está la mejor técnica y la mejor gente para poder ayudarlo”.
Todo se derrumbó. No sabía a qué atenerme. Conocía la fama del hospital y lo que significaba. Era el mejor de España y la mejor solución para mí. Pero las dudas y el temor se acumulaban rápidamente. Tan rápido como veloz fue el traslado, el ingreso y las luces del quirófano.
Los haces de luz roja se movían rápida y silenciosamente. Creo que fue el leve movimiento de la cama que terminó de despertarme. Y ahí estaba. Erguido a los pies de mi cama. Un hombre serio, relativamente joven y con una bata de color claro. Sin siquiera saludar y con voz pausada hizo una descripción de mi estado y mis heridas. Y comenzó a detallar una en particular. “… ese golpe le ocasionó una lesión medular. Será trasladado inmediatamente a Toledo. En ese hospital está la mejor técnica y la mejor gente para poder ayudarlo”.
Todo se derrumbó. No sabía a qué atenerme. Conocía la fama del hospital y lo que significaba. Era el mejor de España y la mejor solución para mí. Pero las dudas y el temor se acumulaban rápidamente. Tan rápido como veloz fue el traslado, el ingreso y las luces del quirófano.
Luego supe que la operación duró dos horas. Que salió todo bien. Pero interminables fueron los quince días que tardé en la rehabilitación en el mismo hospital. Días de mucho esfuerzo para volver a readaptar la sensibilidad y el andar. ¡A la semana quería volver a casa!
El consuelo que queda es que antiguamente, antes de la implementación de las UCNA (unidades celulares nerviosas autoduplicantes), estas lesiones eran crónicas. La gente salía en sillas de ruedas y la rehabilitación duraba meses y meses.
De regreso a casa, mirando a través de la ventanilla del taxi, le pregunté al conductor por unas instalaciones que parecían abandonadas al lado del hospital. Me contestó: “Cosa de políticos… recuerdo que estaban por festejar los 40 años del hospital de parapléjicos y con el edificio nuevo recién reinaugurado… sale la cura ésa. Claro, como ya no podían justificar tanto personal, ni tanta infraestructura… lo cerraron. Adaptaron el viejo para poder operar a los lesionados. Un problema… imagínese, si hasta tuvieron que cambiarle el nombre porque parapléjicos ya es una palabra obsoleta”
El consuelo que queda es que antiguamente, antes de la implementación de las UCNA (unidades celulares nerviosas autoduplicantes), estas lesiones eran crónicas. La gente salía en sillas de ruedas y la rehabilitación duraba meses y meses.
De regreso a casa, mirando a través de la ventanilla del taxi, le pregunté al conductor por unas instalaciones que parecían abandonadas al lado del hospital. Me contestó: “Cosa de políticos… recuerdo que estaban por festejar los 40 años del hospital de parapléjicos y con el edificio nuevo recién reinaugurado… sale la cura ésa. Claro, como ya no podían justificar tanto personal, ni tanta infraestructura… lo cerraron. Adaptaron el viejo para poder operar a los lesionados. Un problema… imagínese, si hasta tuvieron que cambiarle el nombre porque parapléjicos ya es una palabra obsoleta”
Horacio Novello. 6 de Octubre
Un Nuevo Caminar
Esta es la historia de una joven mujer llamada Lucía
que con 25 años le cambió la vida de la noche a la mañana.
Todo comenzó en una semana blanca, la semana de la
nieve que prometía ser tan especial que Lucía estaba muy emocionada ya que era
la primera vez que esquiaba. Ella era una muchacha intrépida pero su falta de
experiencia en la nieve le jugó una mala pasada e hizo que tuviera una gran
caída desde una montaña nevada con graves consecuencias.
Así es que Lucía se despertó en el hospital aturdida,
al instante notó que sus piernas estaban débiles y que apenas se podía mover.
Fueron pasando los días y tras mucha rehabilitación Lucía fue recuperándose en
el hospital, pasó de la silla de ruedas a ir con dos muletas. Pero había un pie
que estaba muy dañado y no andaba bien, entonces le pusieron un pequeño aparato
que le permitía andar y poco apoco después de varios meses consiguió andar con
una sola muleta.
Lucía a pesar de que había conseguido ese logro de
andar con una muleta se sentía disgustada con ella misma y se sumió en una
profunda depresión ya que no podía andar como antes y cojeaba. Entonces conoció
a una persona que le enseñó a no fijarse en los pensamientos negativos, esa
persona era Williams, un psicólogo con agallas que se convirtió para Lucía en un
buen amigo y confidente.
Williams consiguió que Lucía asumiera que a pesar de sus
limitaciones físicas podía hacer muchas cosas más, que seguía teniendo sus cinco
sentidos: vista (podía leer, contemplar un amanecer), olfato (podía oler su
comida favorita), oído (escuchar música, un susurro, el cantar de los pájaros),
gusto (comer lo que le gustaba), tacto (notar una caricia, la textura de la
ropa) y que ahora le tocaba tener un sexto sentido, éste era “un nuevo caminar”,
en el que más allá de su cojera este caminar se convertiría en una nueva vida,
en la que las pequeñas cosas se magnificarían, en la vida en la que el amor y el
cariño de las personas queridas como la familia y los amigos serían lo más
importante, en la que aún habría sueños por los que luchar, cambiar el mundo y
ser fiel a su libertad.
Entonces Lucía fue saliendo de la depresión en la que
estaba y Williams consiguió que ella misma analizara todos sus pensamientos
negativos, que la mayoría de ellos eran miedos irracionales por sus limitaciones
físicas y emocionales y así Lucía transformó todos sus pensamientos en positivos
demostrando su gran coraje y fue hacia un nuevo caminar, hacia un nuevo destino.
Laura Mendía
La sonrisa de África
"Los niños jugaban a atrapar la luz que el sol filtraba a través de los agujeros de aquella tapia medio derruida. Habíamos recorrido kilómetros de desierto para encontrarlos. Arena tostada por el sol, salpicada de pueblecitos y de colinas. Caminos que conducen a ninguna parte.Y al final allí estaban, igual que entonces, cazando mariposas de luz bajo el cielo africano. Los ojos bailarines, el vientre abultado.
Curiosos al recaer en nuestra presencia. Niños, que a fuerza de pasar hambre han aprendido a sobrevivir, que nos ofrecen su mirada y nos enamoran con la sonrisa de África. Niños, para los que el mundo es algo estimulante, algo por descubrir, por conquistar!
Cómo cambia la mirada pasar de un todoterreno a una silla de ruedas. Reencontrarse con la luz de este continente, con el llanto de sus nubes, con su cielo lapidado de estrellas... ahora que la lesión me ha regalado una manera de vivir que consiste en disfrutar de los aromas, los colores, los sabores, lo cotidiano, de lo pequeñito... Maldito destino. Bendito destino."
María Vázquez
La
belleza real
-Y
¿Por qué soy tan feo?- preguntó Pedro, al mirar una nube que
parecía una oveja.
-No
solo soy feo, soy muy, muy feo, tengo granos en el rostro, un ojo más
grande que el otro, los dientes chuecos, una nariz enorme y, por si
fuera poco, tengo un olor a calcetín viejo, sin olvidar que cojeo-.
-No
eres feo, eres un niño muy hermoso- contestó la nube.
Pedro
sorprendido por la respuesta exclamó, -eso no es cierto-.
-La
belleza va mas allá de lo que podemos ver, sígueme y te mostraré-
dijo la Nube
Pedro
siguió a la nube y se detuvo enfrente de un rosal, los pétalos de
una rosa cubrieron sus ojos y la nube le dijo: - Vamos Pedro
sígueme-
Pedro
desconcertado dijo -No puedo ver nada ¿cómo te voy a seguir?
La
nube sonrió y le dijo: -Solo confía en mí yo te guiaré-.
Pedro
estaba muy nervioso pues no podía ver nada, caminaba despacio y la
nube le dijo: -Detente, estás enfrente de un árbol muy grande,
deberás tomar un fruto y comerlo, pero ten cuidado-.
Pedro
con mucho cuidado empezó a tocar el árbol y notó que era áspero y
tenía espinas, se lastimó, pero por fin logró cortar un fruto, la
cascará era rasposa y de figura desconocida.
La
nube le dijo - Ahora cómelo-.
Pedro le exclamó: -No, no puedo
hacer eso, que tal si es venenoso-.
La
nube contestó -Sólo confía Pedro, no te daría algo que te
lastimara-.
Desconfiado,
Pedro tomó el fruto y lo llevó hasta su boca, alcanzó a olerlo;
tenía un aroma exquisito y lo mordió muy despacio, al probarlo, se
dio cuenta que era un fruto delicioso y muy jugoso, nunca en su vida
había probado algo así.
-¿Te
gustó Pedro?- Preguntó la nube.
-Claro,
es la cosa más deliciosa que he probado en la vida- Al decir esto
los pétalos de la rosa cayeron poco a poco y logró ver el fruto y
el árbol. Para sorpresa de Pedro, el árbol era muy pequeño y el
fruto completamente feo, su aspecto era desagradable a la vista.
-Pedro,
pero ¿por qué pones esa cara?- Dijo la nube.
Pedro
desilusionado agachó el rostro y dijo en voz baja: -Pensé que era
un árbol hermoso y el fruto aún más-.
La
nube le dijo: -La belleza va mas allá de lo que pueden ver tus ojos,
si cierras los ojos podrás ver la belleza de ese árbol y lo
demuestran sus frutos que son deliciosos. Sabes Pedro, tu eres como
este árbol porque tu belleza está en dar incondicionalmente a los
demás, tú como un héroe sin espada puedes llevar a alguien hasta
las estrellas con los hermosos cuentos que te sabes, y con la gran
sonrisa que te caracteriza puedes transmitir tranquilidad y amor;
nunca olvides, Pedro, que la belleza está en lo más profundo del
corazón de las personas, y eso es lo que realmente importa, porque
esa belleza nunca desaparece-.
Adry
13
octubre 2014
La
abuela.
Mi
abuela era una visionaria conocida internacionalmente que nació y
vivió en un pueblo que no superaba los 139 habitantes. Con 6 años,
por intentar proteger a un gato negro de la pedrada del espabilado de
un primo suyo, se la llevó ella en la espalda y se sentó
en una silla de ruedas el resto de
su vida. Aunque su madre la aparcó delante de la ventana, mi abuela
hizo de todo. Su mejor amiga, Piluca la vecina, la enseñó
a leer y escribir, y mi abuelo, el cartero, le ayudó de buena gana a
ser madre soltera. Mi abuela nunca se quiso casar porque se
consideraba una mujer libre, así que con la gracia vista como
desgracia, su madre la echó de casa por vergüenza
– Anormal de moral distraída – le dijo-. Y se tuvo que mudar con
el
cartero cerca del ayuntamiento. Mi
abuela se enteraba de todo lo que pasaba en los plenos y de todo
opinaba. Opinaba tan bien, que la fichó el Partido Socialista Obrero
Español y terminó de concejala de cultura. La única mujer de la
plana política de Cantalacaña, la más querida y devota de su
equipo de fútbol, el cantalacañés. Nunca les vio jugar, pero eso
no importó para que terminara de presidenta del mismo. Porque cuando
el teléfono llegó a su casa, mi abuela no lo soltó hasta conseguir
un buen esponsor; Patatas Estilito, que les compró unas equipaciones
más que nuevas, que les motivaron tanto, que terminaron una
temporada en primera división. Ese año mi abuela pilló cacho de
unas comisiones y se pagó
un viaje a París
con Piluca, que sabía
francés.
Mi abuela pasó de revolucionar Cantalacaña
desde el salón
de su casa, a visitar el Luvre, donde conoció
a un pintor con el que se carteaba
correo caliente ante las manos de mi abuelo, que nunca abrió
una carta, pero que no la dejó
volver a París.
Mi
abuela tenía
tantas visitas, de sus amigos y admiradores, que no sentía
necesidad de salir de casa, más
allá
de tomar el fresco y asistir a los
plenos de pascuas a ramos. Sabiendo que no volvería
a París,
era feliz en su casa de la calle Angular 38 B bis hasta que llegó
Internet, y con él, el concepto de globalización
a la mente de mi abuela. Llegó
al tope de amigos en Facebook y
retomó su relación
con el francés
por Skype, cambiando las cartas calientes por directos obscenos con
la webcam. Estudió
ingeniería
aeronáutica
a distancia en la privilegiada UADPCM y un Master en Acoplamiento
Espacial que la llevó
a colaborar con la industria
aeronáutica
española,
a tener que dejar su escaño
en el ayuntamiento y a descuidar al equipo, que bajó
a segunda regional. Esto de la
aeronáutica
le duró tiempo. Para cuando lo dejó, mi padre ya se había
casado, mi tío
Manolo estaba terminando veterinaria y mi abuelo había
pedido la jubilación
anticipada. A mi abuela le agobiaba sobremanera tener a mi abuelo en
casa y necesitó,
por primera vez, salir a la calle a
diario y darle la vuelta al día en la tasca de Paquita, que estaba
arriba del pueblo. En su vieja silla manual subía el cerro empujada
por algún samaritano que se vendía por un carajillo y para cuando
cerraban el bar, bajaba sin manos directa a la cama. Sus hijos se
preocuparon de su ritmo de vida y por medio de una petición
en chance.org
que fue muy sonada en las redes, el Estado Español le pagó una
silla eléctrica
con tracción a las cuatro ruedas, bipedestadora, con luces traseras
e intermitentes, que ayudó a mi abuela a dejar el bar y le dio
tantas alas en su edad de oro que redescubrió el pueblo y a sus
vecinas, creando, en el abandonado hogar del jubilado, una asociación
autogestionada de mujeres - El ágora de Cantalacaña – Decía.
Un
día, mi abuela me pilló jugando con su silla manual, se había
cancelado un curso sobre feminismos en la asociación y mi adorada
abuela echó el rato contándome su historia mientras yo la miraba
embelesada frente a la misma ventana donde la dejó su madre.
Elena Prous.Tambiendebajodelagua.com
Hace unos años, una gran amiga me contó una historia alucinante y rara a la vez. Acabábamos de terminar un rodaje y de camino al metro quiso compartir conmigo una experiencia muy íntima que vivió a raíz de visitar a un psicólogo de esos que te hacen dormir y bucear dentro de ti buscando lo escondido, lo que no te deja avanzar en ciertos aspectos de tu vida. Al parecer, este señor podía hacer revivir un momento de tu vida pasada que, por algún trauma, en tu vida presente seguía activo un mecanismo de defensa, una barrera. En su historia, mi amiga paseaba por la calle, sentía un impacto, había oscuridad y después, al abrir los ojos, no podía moverse nada, veía como mucha gente se abalanzaba sobre ella para ver si estaba bien. Pero su cuerpo no respondía. Se había quedado tetrapléjica. Me lo contó angustiadísima y yo le estuve dando vueltas a su historia muchos días. Me parecía una vida anterior terrible, vivir sin poder moverte debía ser infernal y me repetía continuamente que si eso me pasara a mí me querría morir. Pero los días pasaron rápidos, con su rutina y dejé de darle vueltas. Guardé su vivencia para mí y nunca la llegué a olvidar.
Pocos días antes de mi accidente, me monté en el tren como todos los días. Un viaje fácil, de estos que puedes llegar a hacer cuatro veces al día de forma autómata. Recuerdo ese viaje a la perfección porque un chico sin brazos se paseaba por los andenes con un bote en la boca pidiendo limosna. De nuevo la historia de mi amiga se me pasó por la cabeza, y una nueva reflexión acudió a mí: debe ser muy difícil vivir sin brazos, mucho más que sin piernas. De hecho, me marcó tanto, que cuando llegué a mi destino se lo conté a mis amigas, y más tarde a mi pareja. No sé por qué, a lo mejor porque empatizo demasiado con las situaciones, pero me sorprendí a mí misma pensando los pros y los contra de brazos vs. piernas. Ahora lo pienso y me parece muy morboso por mi parte, pero realmente partía de un rincón de mi mente que quería entender las dificultades físicas de estas personas.
Desafortunadamente, una semana después obtuve mi respuesta. El destino es caprichoso y quiso que resolviera mis dudas en primera persona. Me caí, me lesioné la médula espinal y me quedé parapléjica. “El horror, el horror” –pensé- como pensaba el Capitán Kurtz antes de morir ante Marlow en El Corazón de las Tinieblas. Pero ese horror se convirtió en algo normal, en un aprendizaje alucinante y lo que a priori parecía un descenso a los infiernos, se convirtió en un viaje para descubrir que el fuego quema, pero tampoco tanto como creías. Para ver que con calor asfixiante se puede vivir, sólo es cuestión de aclimatarse. Para entender que el infierno no es como lo pintan, que no es un lugar idílico, pero que todos los ángeles caídos son gente maravillosa y luchadora. Son personas normales. Somos personas normales. Y que las dificultades se hacen menores en cuanto te tomas la vida con constancia y una sonrisa y no con lágrimas en los ojos.
De esta manera, mi duda quedó resuelta. Sí: es difícil vivir sin brazos, es difícil vivir sin piernas, pero aún más difícil es vivir sin ambos. Pero lo más importante que he aprendido es que se puede vivir, por más o menos difícil que sea, y eso es lo más importante. La vida.
Virginia viviendorodando
Reflexión
Hace unos años, una gran amiga me contó una historia alucinante y rara a la vez. Acabábamos de terminar un rodaje y de camino al metro quiso compartir conmigo una experiencia muy íntima que vivió a raíz de visitar a un psicólogo de esos que te hacen dormir y bucear dentro de ti buscando lo escondido, lo que no te deja avanzar en ciertos aspectos de tu vida. Al parecer, este señor podía hacer revivir un momento de tu vida pasada que, por algún trauma, en tu vida presente seguía activo un mecanismo de defensa, una barrera. En su historia, mi amiga paseaba por la calle, sentía un impacto, había oscuridad y después, al abrir los ojos, no podía moverse nada, veía como mucha gente se abalanzaba sobre ella para ver si estaba bien. Pero su cuerpo no respondía. Se había quedado tetrapléjica. Me lo contó angustiadísima y yo le estuve dando vueltas a su historia muchos días. Me parecía una vida anterior terrible, vivir sin poder moverte debía ser infernal y me repetía continuamente que si eso me pasara a mí me querría morir. Pero los días pasaron rápidos, con su rutina y dejé de darle vueltas. Guardé su vivencia para mí y nunca la llegué a olvidar.
Pocos días antes de mi accidente, me monté en el tren como todos los días. Un viaje fácil, de estos que puedes llegar a hacer cuatro veces al día de forma autómata. Recuerdo ese viaje a la perfección porque un chico sin brazos se paseaba por los andenes con un bote en la boca pidiendo limosna. De nuevo la historia de mi amiga se me pasó por la cabeza, y una nueva reflexión acudió a mí: debe ser muy difícil vivir sin brazos, mucho más que sin piernas. De hecho, me marcó tanto, que cuando llegué a mi destino se lo conté a mis amigas, y más tarde a mi pareja. No sé por qué, a lo mejor porque empatizo demasiado con las situaciones, pero me sorprendí a mí misma pensando los pros y los contra de brazos vs. piernas. Ahora lo pienso y me parece muy morboso por mi parte, pero realmente partía de un rincón de mi mente que quería entender las dificultades físicas de estas personas.
Desafortunadamente, una semana después obtuve mi respuesta. El destino es caprichoso y quiso que resolviera mis dudas en primera persona. Me caí, me lesioné la médula espinal y me quedé parapléjica. “El horror, el horror” –pensé- como pensaba el Capitán Kurtz antes de morir ante Marlow en El Corazón de las Tinieblas. Pero ese horror se convirtió en algo normal, en un aprendizaje alucinante y lo que a priori parecía un descenso a los infiernos, se convirtió en un viaje para descubrir que el fuego quema, pero tampoco tanto como creías. Para ver que con calor asfixiante se puede vivir, sólo es cuestión de aclimatarse. Para entender que el infierno no es como lo pintan, que no es un lugar idílico, pero que todos los ángeles caídos son gente maravillosa y luchadora. Son personas normales. Somos personas normales. Y que las dificultades se hacen menores en cuanto te tomas la vida con constancia y una sonrisa y no con lágrimas en los ojos.
De esta manera, mi duda quedó resuelta. Sí: es difícil vivir sin brazos, es difícil vivir sin piernas, pero aún más difícil es vivir sin ambos. Pero lo más importante que he aprendido es que se puede vivir, por más o menos difícil que sea, y eso es lo más importante. La vida.
Virginia viviendorodando
Sueños
Había una vez un gusano que se había enamorado de una flor, era un amor imposible, el gusano solamente soñaba con llegar hasta ella y darla un beso. Cada día el gusano miraba a su amada cada vez más alta,cada vez más lejos. Cada noche soñaba que, finalmente, llegaba a ella y la besaba.
Un día el gusanito decidió que no podía seguir soñando cada noche con la flor y no hacer nada para cumplir el mismo, así que valientemente avisó a sus amigos,l os escarabajos, las hormigas y las lombrices y les dijo que treparía por el árbol para besar a su flor.
Todos intentaron disuadirle de la idea y que estaba loco, pero no hizo caso. El gusano llegó arrastrándose a la base del tallo de la flor y comenzó la escalada. Trepó toda la mañana y toda la tarde. Por la noche sus músculos estaban debilitados. Haré noche agarrado al tallo, pensó, y mañana seguiré subiendo. Estoy más cerca de ayer aunque solo había avanzado 10 cm y la flor esté a metro y medio. Sin embargo, mientras dormía, el gusano resbaló y a la mañana siguiente el gusano amaneció donde había comenzado el día anterior. Miró hacia arriba y pensó que debería de hacer un doble esfuerzo durante el día y agarrarse mejor durante la noche. De nada sirvieron las intenciones del gusano. Cada día trepaba y cada noche caía. Mientras por la noche se resbalaba hacia el suel, el seguía soñando con el beso deseado, Sus amigos le pidieron que renunciara al sueño o que soñara otra cosa pero el gusano sostuvo con razón que no podía cambiar lo que soñaba cuando dormía y que si renunciaba a los sueños dejaría de ser quien era. Todo siguió igual durante días hasta que una noche... una noche...el gusano soñó tan intensamente con su flor que los sueños se transformaron en alas y por la mañana el gusano despertó mariposa, desplegó las alas, voló y la besó.
No debemos dejar de soñar como hizo el gusano. Siempre sufriremos esa transformación para conseguirlo,
Juanjo Muñoz
MARTA Y SU
CONCIENCIA
- Desde el Diario
“La Verdad” estamos de nuevo al pie de la noticia, hoy
entrevistamos a la madre de David, el joven periodista que cubrió
las noticias más importantes de la pasada década con
sus fotografías y reportajes.
Marta, lo primero
quería agradecerle que haya decidido contar en este diario
todo lo que sabe, que es mucho.
¿Por qué
lo cuenta ahora y no antes?
- Sé que llevo mucho tiempo callada y es que el dolor de la pérdida de mi único hijo me impedía hablar. Ya no podía mantener por más tiempo toda esta información que tengo en secreto, tenía que compartirla y supongo que así se reducirá este sufrimiento que me impide vivir en paz. Espero que mi hijo, donde quiera que esté, me perdone.
- ¿Alguien más que usted sabía todo esta historia?
- Este año se cumplen 5 años de su trágica muerte, salieron en todas las televisiones y en todos los periódicos los titulares: “El héroe de las televisiones muerto” “Muerte bajo las cámaras”, y nadie sabía el motivo, nadie menos yo.
- Remóntese años atrás, cuéntenos desde el principio.
- David fue un niño muy bueno y estudioso, desde pequeño jugaba con micrófonos y grabadoras de juguete, grabando y preguntando a todo el que se pusiera por delante. Su mayor ambición cuando era un adolescente era acabar sus estudios y conseguir la carrera de periodismo. Luchó mucho por conseguirlo y finalmente su sueño se vio cumplido y tenía por fin en sus manos el título deseado. Quería cuanto antes empezar a trabajar pero, por desgracia, no pudo ser, no le salía ningún trabajo. Por más que se movía yendo a agencias, no tuvo suerte. Estaba desesperado, ya no sabía qué hacer ni a quién recurrir.
- ¿Qué pasó entonces?
- Un día vio en la televisión algo que le marcó y le volvió loco. Un periodista había sido enviado a grabar un discurso de un famoso político. Este hombre nunca se imaginó lo que su cámara grabaría. En ese mismo lugar explotó una bomba, el periodista grabó la explosión y, gracias a él, se pudo identificar al que colocó los explosivos, pues salía en la cinta. Estas imágenes dieron la vuelta al mundo y salieron en todas las televisiones.
David reconoció
al periodista como un antiguo compañero suyo de la facultad
llamado Alberto Ruiz Martín, le afectó
tanto ver como su antiguo compañero, con el que siempre tuvo
rivalidad durante la carrera, hubiese tenido éxito y él
no, que se volvió loco y me dijo: “Mírale a él
y mírame a mi, si las noticias no vienen a mí, yo iré
a las noticias.”
-¿Qué
quiso decir con eso?
No puedo olvidar su mirada
mientras pronunciaba esas palabras, yo le conocía mejor que
nadie y sabía que no estaba pensando en nada bueno.
- ¿Qué hizo?
- Empezó con pequeñas cosas, contrató a unos ladrones profesionales para robar en una tienda de una prestigiosa marca de moda cuando no había nadie, mientras él lo grababa todo. Con eso ya se hizo conocer un poco, aunque no fue suficiente para él y siguió haciendo cosas, cada vez peores.
- ¿Qué fue lo siguiente que hizo?
- En la celebración de las fiestas de un pueblo cercano, manipuló los fuegos artificiales de tal manera que a uno de los que trabajaban con ellos le explotó en las manos y tuvieron que amputárselas. Lo grababa todo y luego lo enviaba a todas las televisiones. Si se hubiese quedado ahí, sino hubiera seguido cometiendo más errores… Pero no pudo parar, la ambición le cegaba. Según iba haciéndose famoso, según iba sonando su nombre en los medios y recibía premios, su hambre de éxito era mayor y le llevó a cometer delitos graves.
- ¿Qué clase de delitos?
- Una noche, mientras volvía a casa en el coche, vio a un pobre mendigo durmiendo, sin molestar a nadie, en el suelo con unos cartones. Enseguida le vino a la cabeza esa oleada de muertes de mendigos producidas en los últimos años por “Skin Head” y se le ocurrió una fatídica idea: salió del coche, cogió un bidón de gasolina que llevaba en el maletero, se la echó por encima y con un mechero le prendió fuego. Llamó a la policía diciendo que había un mendigo al que habían prendido fuego en la calle, asegurando que vio salir corriendo a un grupo de “Skin Head” y le grabó ya muerto.
- ¿Llegó hasta ese extremo? ¿Mató sin ningún pudor a ese hombre para hacerse famoso?
- Sí, me duele reconocerlo pero fue así.
- Y ¿usted lo sabía? ¿sabía que estaba matando?
- Lo siento pero no puedo contener las lágrimas. Es cierto que lo sabía, intentaba pararle pero era imposible. Yo se lo repetía muchas veces, que sus víctimas no tenían que pagar su mala suerte y que había muchas maneras de ganar dinero, conseguir trabajo y hacerse famoso. No podía imaginar este trágico final.
- Tranquila, continúe contando, ¿qué pasó después?
- Esto fue demasiado. En plenas rebajas colocó una gran cantidad de explosivos en un centro comercial abarrotado de gente. Se le fue de las manos y cuando estaba grabando el pánico y los gritos que había dentro del centro comercial, colocado a una distancia que él creía prudencial para que no le afectase la explosión, le cayó una viga en la cabeza y lo mató en el acto, pero curiosamente la cámara siguió grabando y grabó su propia muerte al igual que la de sus anteriores víctimas.
- Este fue su fin, aquí es donde se demuestra eso que dicen que quien juega con fuego se acaba quemando. Probó de su propia medicina.
- Tengo que pedir de nuevo disculpas a los familiares de las víctimas. Siento no haberlo impedido y siento no haberlo contado antes pero era mi hijo y lo quería, lo quiero y lo querré siempre, aunque esté muerto. Sé que no hizo bien y ya pagó por ello.
Me gustaría
devolver todos los premios que ganó mi hijo de esta manera tan
injusta y que me pesan en el alma cada vez que los veo por la casa.
También devolveré el dinero que recibió por las
exclusivas, ya que es dinero manchado de sangre. Esta es toda la
verdad.
- Muchas gracias Marta.
Aquí queda
recogida toda la verdad, ahora está en sus manos perdonar o no
a esta madre que ha lavado su conciencia en esta entrevista.
La Verdad
Entrevista
realizada por: Alberto Ruiz Martín
Sandra Campillo
·
Los Sueños se
hacen realidad
“El paso de Lagriman a Sonriman”
Se cuenta, se dice, se habla, de
que no hace mucho tiempo: apareció en escena, y no muy lejos de aquí. Un
personajillo un tanto peculiar: Un ser, una persona de figura no muy esbelta,
más bien cabizbajo, tímido, sonrojado y de un cuerpo robusto. Un ser de poca
autoestima y quererse. Su nombre es,”
Lagriman”:
Su nombre se debe a que la mayor parte del tiempo, lo pasaba con lágrimas en los ojos y llorando.
Lagriman, RECOMIENDA: Por favor, Nunca llorar con los
ojos cerrados. A él, le pasó y tuvo ciertos problemas al ver que las pestañas
al llorar se solapan, se juntan, hacen pandilla y no se soltaban. Son una panda
muy agarrada.
2ª RECOMENDACIÓN DE LAGRIMAN: (SI
LLORAS), LLORA CON LOS OJOS ABIERTOS.
Debe de procurarse, que sea: Un
periodo corto, pero eso sí: intenso, tanto para dama como para caballero.
A veces, se piensa que el llorar,
no es bueno, que da mala imagen. Lagriman dice: ¿Mala imagen?, “Venga ya “,
cuando un ser Nace, lo primero que te hacen es,
una vez desalojado de tú casa, parece que por ocupa, o algo parecido, te
agarran, te sacan y por si se te ocurre mediar alguna palabra, ¡zas! guantazo
en todo el culete.
¿Alguno ha pensado en ese momento
“No, yo no lloro que da mala imagen”?, ni imagen ni gaitas, lo primero que te
viene, de tú yo interno, es una fuerza interior que se trasforma en un grito
ensordecedor .Vamos lo que se viene a llamar: “Un grito hipo huracanado”.
Una vez, limpio más que limpio…
Requetelimpio. Lo cogieron y lo fueron a examinar, tal como a cualquier recién
nacido.
Al examinarlo, descubrieron que
había nacido con un problemilla, para Lagriman se denominaría, un bache.
Enseguida los médicos empezaron a realizarle las pruebas necesarias, para poder
arreglar, el bache. Metafóricamente
hablando, ósea escribiendo, disculpas. Buscaron y rebuscaron, hasta encontrar
el mejor material y el mejor operario
para realizar la reparación del bache.
Para
Lagriman el tiempo trascurría con dificultad, pesadez y bastante lento. En un plis, Lagriman se quedó sorprendido y
de repente recibió varias ofertas: “El querer es poder”,
Si tú lo deseas con todas
tus fuerzas y gracias a tú gran fuerza interior y al gran apoyo que tienes a tú alrededor, que, muchas veces nos obnubilamos y pensamos demasiado en nosotros mismos y encima que estamos más solos que la una, (que me
perdone la una). Sin ningún ánimo de
ofender; “si uno quiere, se
puede: No todo, pero sí más de lo que uno
piensa”.
En este caso, Lagriman fue, más bien él no lo
fue, sino su familia quien entre la variedad de médicos especialistas en subsanar el bache, eligieron al desbacheador.
Su nombre: Don Luis Anti bache. (Con tal nombre, parecía dar
confianza). Había otra opción, se trataba, del doctor: Don Jaime exprimicherry,
decían que estaba muy entrado en el grano, lo que hizo desconfiar de él, “Vamos
a ver, sí este doctor se cree que mi hijo es un tomate, lo va a exprimir y desgranar”, (Que ni lo sueñe, por
muy entrado que este, en el
cultivo y recolección de frutos, varios).
Ya decidido; el día y la hora.
Todo pareció entrar, en una calma bastante bacheada. El tiempo pasaba, y pasaba
pero no tan rápido, como sería de esperar.
Una vez realizada, la
intervención. Lagriman fue trasladado a la U.C.I., donde fue introducido en una
incubadora. (Urna de cristal, cerrada. Con dos aberturas en forma de ojos de
buey).
“Cuando fue mayor, sus padres le
llevaron, con ellos a votar. Lagriman al ver las urnas, dijo: “Pies, para que
os quiero y sin pensarlo más salió, corriendo”.
Allí permaneció un tiempo,
aislado del exterior, con el fin de evitar infecciones. Pasados 20 días
Lagriman fue dado de alta, con periodos de revisión cada poco tiempo.
Comentario De Lagriman: “Los
sueños se hacen realidad”. Precaución con lo que se sueña, no miedo. Ja,
ja, ja…..
Su evolución fue lenta, sus
miembros, superiores e
inferiores, se fueron
moviendo cada vez más,
gracias a la manipulación de su madre, que fue enseñada por los enfermeros y médicos.
Logro: Ponerse de pie y caminar
de una manera, bastante positiva. También hay que decir: Que tubo varías secuelas, dificultad al caminar, en correr,
desarrollar deportes, encefalitis…….
Pero del comentario que recibió
su madre, “Para la vida que va a tener, mejor sería que falleciera”.
Ahí, quien lo hizo, se debió
callar. Fácil decirlo, difícil hacerlo pero NO IMPOSIBLE.
Su trayectoria fue en aumento, se
fue desenvolviendo con soltura en el trascurso de su vida.
Algunos momentos no fueron
fáciles, pero los supo
llevar, realizó sus estudios, emprendió un trabajo, montando un comercio, que
duró un largo periodo de tiempo.
Conoció a una Dama, y con el
tiempo se casarón. Otro sueño hecho realidad, el pobrecito de Lagriman, lo que, solo estaba acostumbrado a
ligar, pero bien ligar, eran constipados: Que estos te agarran y no te sueltan
de ninguna manera, ooohhhhhh.
Vamos pero fue bien ligado por
esta, inmensa DAMA.
El tiempo trascurría, con
normalidad, un ir y venir, no parar de hacer cosas. Un día,
debido a la dificultad de movimiento
que arrastraba desde hace tiempo y debido a la espina bífida, se fue a levantar
de la cama y una pierna le falló, ese
fallo produjo una caída desde su propia altura, hacía el suelo, en el trayecto
el cuerpo cayó al suelo, y la cabeza en la trayectoria golpeo en el sofá, que
había cerca de la cama.
En un principio, se fijaron más,
en una pierna, en la que al caer, se
dobló y se sentó sobre ella. El malestar era bastante, pero como no había sido
la primera vez que se caía, no quiso darle mayor importancia.
Con el paso del tiempo, los
miembros superiores e inferiores, empezaron a perder, fuerza, exactitud de
respuesta al estímulo, lo que le hizo acabar acostado.
Viendo y sintiendo esto,
decidieron llamar al médico.
Una vez le vio y le revisó, ante
la gravedad que vio, le mando ingresar de urgencias. Ya ingresado, le
realizaron más pruebas, las
cuales iban descartando unas cosas y llevando a otras, después de unos días en
un centro con un tipo de tratamiento, que no conseguía levantar el vuelo, lo
destinaron a otro, donde tampoco daban con la fórmula, debido a su falta de
movilidad y problema respiratorio, y falta de medios… Lo destinaron a otro
centro hospitalario.
Lagriman, del trayecto a este
centro hospitalario, recuerda, que se le hizo largo, de vez en cuando,
preguntaba el tiempo que faltaba, y lo que respondían: “Ya falta poco
tranquilo”.
La comodidad en estos vehículos
no es grande, y si se une, la intranquilidad y malestar que uno lleva….
pequeño, gran lado positivo, la atención de los profesionales.
Una vez llegado al centro, fue
ingresado en planta, la “Calma “volvió, los médicos lo examinaron, y
descubrieron, bastantes deficiencias, en su cuerpo.
(Un nuevo bache, se cruzaba en su
camino). Pasadas unas horas fue llevado a la U.C.I., donde permaneció un largo
periodo de tiempo. En un principio, debido a la sedación, Lagriman no era
consciente, de lo que allí pasaba.
En ningún momento, estuvo solo.
Acompañado, con más lesionados con
diferente tipo de lesión, médicos, enfermeros/as, auxiliares…… Que en todo
momento velaban y se relevaban para el continuo seguimiento de los enfermos.
Además de familiares varios.
Lagriman, tuvo varios tipos de “baches”, problemas de
respiración, llego con ¼ de capacidad en un solo pulmón, y el personal dedicado
a reanimarle, está sección, con mucho trabajo y empeño logró
sacarlo adelante, después de largo e inmenso trabajo.
Una parada cardiaca, con una
reanimación inmediata, otro sueño hecho realidad, volver a la vida.
Tanto las enfermeras, enfermeros
que allí se encontraban no le dejaban, ni a él, ni a nadie sin un control
exhaustivo.
Estuvo intubado, conectado a un
respirador artificial, durante un largo periodo.
Poco a poco, parecía que se iba
estabilizando, los pulmones parecían ir respondiendo, otro bache
apareció.
Un problema en la circulación en
la vena femoral, lo que le produjo por falta del riego sanguíneo, una
hinchazón, en todo el cuerpo que le trasformo de Lagriman al muñeco de
Michelin, más redondo y orondo imposible.
De nuevo una inmediata
intervención, logro poco a poco, estabilizar y devolver el cuerpo a una
normalidad, aceptable. Paso de ser el muñeco de Michelin, a Lagriman: Un
sordete, gordete, pero majete.
Pasó de comer gelatina de
diferentes colores, a ingerir algo de comida, fue despacio pero, poco a poco
ingería comidas suaves.
Todo aquello empezaba a serle más
agradable, difícil pero un poquirriquitín más llevadero.
Recuerda, con mucho cariño el
poder girar el cuello un poco y poder ver el cielo, aparte de las pantallas de
ordenadores y monitores que era lo más cercano que tenía.
Un ir, venir y pasar de muchas
personas, con bata blanca, y tapados hasta la coronilla.
Pasado un largo periodo,
decidieron trasladarle a planta. Algo que Lagriman deseaba, desde su yo
interior.
(Todo este periplo, hizo que se
alargara su estancia hospitalaria).
Una vez ya en planta, continuó
con respiración asistida y su traqueo en la garganta. Durante un tiempo, pasaron a intentar reanimar esos
músculos y esos miembros que tenía adormecidos.
Una manera, fue a base de ese
artilugio que lo denominaban: “El Avión”, y además de una manipulación directa
de los fisios; Lagriman lo recuerda con lágrimas en los ojos, debido a la
molestia que le causaban dichas movilizaciones.
Estas manipulaciones, fueron
dando lugar a un lento despertar, de ciertos músculos, nervios, articulaciones
que en un principio no respondían de ninguna forma.
Pasados unos días, Lagriman
recuerda, que, estando
tumbado que era su forma habitual de estancia en la cama, notó como una pequeña
sensación en uno de sus dedos, en un primer momento pensó que se trataba de un
espasmo muscular, está sensación la volvió
notar y de forma no inmediata, pero sí,
casi seguida, giró su cabeza y miró su mano.
En ese momento vio, como el dedo
corazón de su mano derecha, ¡se movía despacio de arriba, hacía abajo!, lentamente. “Pero se
movía”.
Lagriman al percibir esa
sensación empezó a pensar, a sentir: Sí ese dedo se mueve porque no podría
llegar a moverse el resto.
Su inquietud entraba en aumento,
esperando la llegada de la dama que tenía la inmensa fortuna de que le
acompañara en este camino.
Una vez llegó ella, le intentó
trasmitir esa sensación y ese momento vivido por él, de la mejor manera. Una
vez lo pudo volver a realizar, el gesto, el ambiente, la sensación, no se puede
explicar, pero metafóricamente hablando, con disculpas escribiendo. “Poder sentir, sentirte y ser sentido”… Aquel excepcional momento finalizó, con un inmenso
abrazo, fundiéndose los dos.
A partir de ese momento, los
nervios y los músculos, parecían despertar de ese largo letargo. Fue a base de
estimulación, por parte de los enfermeros/as, de la planta que le hacían
moverse o que intentara moverse de diferentes maneras. Lagriman, poco a poco,
fue notando que las extremidades se movían un poco más.
A partir de ese momento: A
Lagriman le surgió, en su cara un gran gesto, ESGRIMIÓ UNA GRAN SONRISA.
Cosas pensadas, soñadas… se iban
cumpliendo y él iba, saliendo hacía delante, con ganas, con fuerza, y con un
fortísimo e inmenso apoyo que le empujaba hacía delante.
Paso de ser Lagriman a SER: SONRIMAN…
Bajó al gimnasio, con respeto y
esgrimiendo una sonrisa en su cara, le pusieron en la camilla que se va
inclinando y subiendo de forma vertical, y fue aguantando, (no se mareaba…)
Esto dio lugar a que le sentaran
en una silla de ruedas, algo que a él no le gustaba desde hacía mucho tiempo
antes.
Una vez sentado en la silla, ayudado por enfermeros/as y
otras veces la dama que le acompañaba, fue yendo de un sitio a otro, hasta que
pudo desplazarse él solo. Este vehículo, ósea la silla, no se separaba de él en
casi ningún momento.
Posteriormente, pasó al standing,
otro aparato donde te incorporan 2 monitores hasta quedarte de pie, eso sí con
sujeción en cintura y el culete apoyado. Las piernas parecían aguantar, poco
pero aguantaban, y no se
mareaba. También pasó a recibir electro estimulación, con pequeñas descargas,
que estimulaban los músculos.
Estuvo yendo a piscina durante un
largo periodo de tiempo, lugar muy agradable, ya que podía caminar con la ayuda
de un flotador y una barra lateral en la que se apoyaba... Al pesar menos, era más… “Fácil”. A la vez de
hacer nadando algún largo de la piscina, y algún trago de agua también se
llevó.
Todo acompañado en el gimnasio,
con una ayuda inestimable, de su fisio, que con tarea difícil en un principio,
pero muy poco a poco, unieron formas y actitudes.
Se empezaba en la camilla, con
pesas y lastres, después la fisio le manipulaba, para desentumecer músculos,
articulaciones…
Tiempo más tarde, tras haberse
puesto de pie, con la ayuda del standing y luego del fisio, le llevaron a las
paralelas. Ese día para Sonriman, fue inolvidable, ¡poder ponerse de pie!,
primero con ayuda y posteriormente, el solo sin ayuda, apoyado con sus dos manos y brazos sobre las dos
barras que forman las paralelas, ¡sus piernas respondían!.
En un principio fue incorporarse
y ponerse de pie, poco a poco, estando parado, distribuir el peso sobre las dos piernas, primero en
las dos y, posteriormente,
primero a un lado y luego al otro.
El estudio de su caso, diagnosticaba
que, “Dé pie se podría
poner, pero caminar no”.
Pasado un tiempo, fortalecidas
las piernas, los brazos y demás miembros, logró, con mucha calma, y despacio,
empezar a dar algún paso. OTRO SUEÑO
HECHO REALIDAD.
Poder caminar, despacio con ayuda
pero CAMINAR.
De ahí, pasado otro tiempo,
decidieron que era hora de probar con el andador. Sonriman miedo no le tenía
pero respeto sí, y una de las cosas que tenía bien claro era: “no caerse al
suelo y poder producirse otra lesión”.
Llegó el momento y con ayuda de
unas tobilleras, que iban sujetas al tobillo y a la planta del pie (para ayudar
a realizar el juego del tobillo y que no se trabaran los pies, al ir a dar el
paso).
En un principio, necesitaba
bastante ayuda, para ponerse en pie, poco a poco la ayuda fue disminuyendo, y
de dar dos pasos, paso a diez, más tarde a veinte…hasta conseguir dar una
vuelta al gimnasio sin sentarse, eso sí,
muy, pero que muy, despacio.
Lo que en un principio, parecía
muy difícil, casi imposible, lo consiguió.
También, hay que decir, que
Lagriman fue ayudado, psicológicamente, de una forma espléndida por el gabinete
psicológico. Este hizo maravillas con los pensamientos tan negativos, que en un
principio, tenía Lagriman, para cambiar las tornas y llevarlo por un buen
camino.
Pasado un largo periodo de
tiempo, Sonriman fue dado de alta, de ese GRAN CENTRO HOSPITALARIO.
QUE PARA ÉL: Es un lugar,
donde nadie desea tener que llegar allí, pero,
en ciertos momentos, ciertas circunstancias, es el mejor sitio donde te pueden
tratar y ayudar.
“UNA INMENSA SONRISA”,
DE: SONRIMAN (M.P.M.).
Las tardes del Central
No era el más inteligente de los asiduos de aquella pintoresca calle, donde
las voces de los comerciantes y tenderos de los viejos locales se
entremezclaban con las de los turistas foráneos que últimamente, y cada vez
con más frecuencia se dejaban caer por aquel rincón. No era el más guapo ni el más locuaz de los que por allí se asomaban cada día y
sin embargo su presencia no pasaba inadvertida para nadie, tampoco su ausencia
si algún día no se dejaba ver.
Solía dejarse caer por allí a primera hora de la tarde cuando el sol se retiraba de la
terraza del café Central, donde se
tomaba un cortado mientras veía como el bullir de la
calle superaba la perezosa hora de la siesta.
Intercambiaba saludos, conversaciones y alguna que otra confidencia con
los vecinos que hasta allí se acercaban. Lejos
quedaba ya aquella mañana en la que por
primera vez se había aventurado por la
calle sintiendo las miradas curiosas y llenas de lastima de sus moradores.
Atrás quedaban también los primeros
contactos con aquellos que lo percibían
como una “rara avis” que se había colado en el barrio y
que titubeantes y sin saber muy bien que decirle, ni cómo tratarle se acercaban a conocerlo.
El era una persona que conectaba muy fácilmente con la gente, de amena conversación donde cualquier tema era
bienvenido. Si había que hablar de política, pues se hablaba, que si tocaba futbol, no había problema, había carrete para ello (eso sí, siempre defendiendo que
Casillas debía ser el portero titular del Madrid) y cuando se iban
agotando los temas tirar del tiempo contentaba a todo el mundo.
En unas semanas su buen rollo se había ganado al vecindario y más de uno seguía la estela de su silla de ruedas eléctrica, sabedor de que era un tipo interesante. El Central, a la hora que Juan iba, acabo
albergando a una curiosa tertulia, donde el siempre solía llevar la voz cantante.
Fue entonces cuando el empezó a hablarles de los viajes
que había realizado antes de
tener su lesión medular, experiencias
muchas veces que rozaban la aventura y que le habían dejado múltiples anécdotas, que cuando las contaba, siempre mantenían al vecindario en vela. Como aquella vez que había cruzado América del Sur, desde la
frontera mexicana hasta la lejana Patagonia, en vagones de tercera llenos de
gallinas, narcos o guerrilleros. O
aquel otro en que alojándose en cabañas de pescadores y remontando el río Nilo en barca desde el delta hasta más allá de la primera
catarata, cerca de la frontera de la vieja Nubia, había conocido el Egipto milenario de los antiguos faraones.
A
su lado siempre había una buena historia
que oír, historias que siempre se acababan
enlazando con otras y que hacían que aquellas amenas
tardes del Central se convirtieran en un bálsamo donde olvidar los problemas y las penas que aquellos vecinos
pudieran tener.
Juan también les hablaba de
futuros proyectos, les contaba que estaba en su ciudad de paso, intentando
reponerse físicamente y económicamente
para poder acometer futuras aventuras. Ellos le escuchaban con admiración
a la vez que con pena. No por su condición
física, ni por esa luminosa silla que se convertía
en una prolongación de su cuerpo tetrapléjico,
sino porque estaban convencidos de que así
sería y que un buen día se marcharía, y que de esas tardes que tanto habían cambiado sus rutinarias vidas sólo quedaría el recuerdo, que eso sí, seguro que mantendrían
vivo entre todos.
Y un día se dieron cuenta de que ese era “el día”,
porque durante la mañana no escucharon en ningún momento el zumbido de la silla electrónica desplazándose por la calle o
entre sus comercios. Luego, como cada
tarde, acudieron a la hora habitual al café Central, pero Juan no se presentó. Durante varios días
siguieron acudiendo, con la falsa esperanza de que fueran contratiempos
accidentales los que impedían que Juan no hubiera
regresado por allí. Pero los días fueron pasando y las hojas del calendario cayendo hasta que
definitivamente, los pocos que todavía
iban se fueron haciendo a la idea de que Juan no volvería. Se había ido como había venido, de repente y en silencio, pero a cada uno de ellos les
había dejado un vacio que tardarían en llenar.
Entonces fue
cuando llego una carta al café Central, con una extraña dirección en el remite que no
acertaban a ubicar. Al abrirla se encontraron con una foto de Juan muy abrigado
en un andén de una vieja estación en medio de una estepa nevada, delante de un largo tren, que parecía que estaba a punto de
iniciar su marcha.
Detrás de la foto una escueta nota.: “ En el transiberiano,
dirección Vladivostok. Nos
veremos de nuevo en el Central”
Aquilino González
Aún resonaba en sus oídos el
impacto, ese ruido metálico que se quedó a vivir entre sus sueños, y crujía en
sus sienes en cada despertar. Era una nueva lucha al empezar el día, para ser
derrotado por la noche, cuando la oscuridad confunde y ralentiza los sucesos. Y
en sus vértebras quietas y expectantes, la disrupción del tiempo que le quitó
el sentir y el movimiento, que distanció visitas de domingos hasta dejar tirado
ese amor comenzado cuando aún eran niños.
Sentado en su silla moderna y
acolchada, en la orilla del río, podía sentir la brisa del otoño reclamando su
abrigo. Con las últimas lluvias, habían brotado verdes en la orilla y algunos
pescadores, bien gastaban su tiempo de las jubilaciones. Condujo hasta el final
de su camino, donde la grava ya era tierra. Empujaba las ruedas con ahínco; lo
suficiente cerca de la orilla, desabrochó los velcros que mantenían su cuerpo
pegado a su respaldo. Las nubes tan ligeras, tan blancas como había dibujado en
el colegio y ese azul tan intenso, que esperaba ser contaminado por el gris que
le traería el viento. Los ojos extremadamente abiertos, ofrecían una pupila
azul de veinte años, a través de la cual, se reflejaba el perímetro, de una
ciudad antigua con su torres, como agujas clavadas en la carne de aire.
Al
despegar su pierna de la silla, una piedra tocaba su tobillo, solo lo pudo ver.
Con sus manos bajó la otra pierna, ligera por la pérdida de músculo, hasta
tocar también el suelo. Las hojas de los álamos vibraban, enseñando su verde y
el envés, dejando en el espacio, fuegos artificiales sin sonido. Y entonces se
acordó de por qué se había descalzado. Para empezar así de nuevo, como cuando era un niño y
descalzo, quería subir a un árbol al que nunca alcanzó, quería cruzar un río
andando por el agua, con el vuelo de un pájaro llegar hasta los mares, ser tan
duro su cuerpo que pudiera caer y rebotar mil veces al pie de una montaña…
Se colocó sus piernas en la
silla y con el ánimo ardiente como los últimos días de un otoño antes de ser
invierno, se marchó preparado, para crecer sabiendo que no todo es posible, y
lo que alguna vez se hace posible, depende de la fuerza que pongamos.
Unas
gotas de agua descargaban su peso sobre su cara, cuando iba camino del
hospital. Pensó que eran las lágrimas del cielo que en poco fueron llanto,
apenas en segundos. Y lloró de emoción por ser parte del mundo, parte del
sufrimiento que conlleva la vida, ser víctima inundada que busca su socorro
como cada mortal. Y entonces sucedió. Cuando escampó el chubasco repentino,
apareció un completo arco iris, desde donde los álamos le habían visto
descalzo, hasta su habitación. Por el pasillo formado por los puntos, se colocó
en el centro de la semicircunferencia, a punto estaba ya de anochecer. Echó la
cabeza hacia atrás buscando los colores en el cielo, y solo vio las sombras
azuladas de la noche llegando. Y mientras se acercaba al hospital, pensaba que
las cosas se ven mejor de lejos, allí en la distancia, y todo es momentáneo.
Cuando llegó al comedor, aun pensaba, en el color más alegre de cualquier
arcoíris.
Jamás olvidará
aquella noche, pues después de la cena, por el pasillo que llevaba a su
habitación, se cruzó una mirada que le dejo de brillos pintada la retina. Y por
fin se durmió pensando en la caricia.
JABL
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