Cuento nº 7 "El don del viejo Andrés"
Había una vez un anciano que vivía en un pueblo de La Mancha. Se llamaba Andrés y decían que siempre había sido viejo. La señora Julia, que superaba la centena, no se sabía en cuanto, lo corroboró incluso en un programa de la televisión autonómica con estas palabras:
“Si, si hija. El señor Andrés ya era anciano cuando yo iba a la escuela. Así es. Sí”.
Quizá para contrarrestar esa peculiaridad, la vida había dotado al viejo Andrés de otra igual de extraordinaria: aliviaba el corazón de la gente. Los del pueblo acudían a él cuando la vida los llevaba a situaciones de esas que se parecen a un cruce de caminos sin salida. Mujeres y hombres, pobres y ricos, escépticos y creyentes, todos lo que hablaban con él, sentían desahogo y consuelo según iban describiendo su encrucijada. Decían que el viejo veía con claridad ese sitio, lleno de niebla, en el que todos hemos estado alguna vez. Lo hacía dejando hablar, esforzándose por entender el matiz que cada hablante da a cada palabra. Eso era todo. Una vez más la señora Julia lo confirmó:
“Así es hija mía, el viejo Andrés sabía escuchar como nadie”.
(A mis compañeras, a las que ni he sabido ni sé escuchar como es debido).
Sol Villanueva Hospital de Parapléjicos, 22 de Octubre de 2020
1 comentario:
Voto. Un homenaje a los que nos escuchan
Publicar un comentario