Dibujo para el Cuento. Autor : José Manuel Ara Encinar |
Pasada media hora de las doce, cada domingo, la plaza del pueblo se llenaba de gente recién salida de misa: jovencitas risueñas, zagales con la cajetilla de tabaco asomando en bolsillo de la camisa, solteronas chismosas, matrimonios endomingados, con algunos chicuelos revoloteando en torno como ruidosos e inquietos satélites… unos y otros se iban dispersando por las calles, quien parsimoniosamente camino del vermú, quien con algo más de prisa, de vuelta al hogar y a las perolas con la comida dominical. Sin embargo, no tardaba mucho en ocurrir que los chiquillos, tras reclamar sus monedas de paga dominguera, se separasen y, como atraídos por un flautista de Hamelin oculto, se dirigieran calle principal adelante, hacia algún misterioso polo magnético que los atraía irremisiblemente. Instalado en plena acera, un hombrón de cara cuadrada y brazos musculosos iba atendiendo a los rapaces que iban llegando a borbotones , con sus monedas bien apretadas en el puño, para comprarle las golosinas que harían especial el día: palotes de regaliz rojo o negro, chicles, gominolas, caramelos de bola con todos los colores del arco iris, bolsitas de maíz tostado o de pipas saladas “El baturro”, con el dibujo impreso de un maño, a horcajadas en burro, avanzando cachazudo por una vía del tren, delante de máquina de vapor que soltaba enfurecidos pitidos entre nubes blancas: ¡ Chufla, chufla , como no te apartes tú! Decía el jinete … Vendía también unos sobres de papel fuerte, con dos tebeos atrasados y un par de recortables de papel: soldados de mundo para los niños, muñequitas y sus vestiditos, para ellas. Como un nuevo acto de comunión laica, los rapaces iban situándose ante la gran bandeja de madera repleta de variadas golosinas tras la que reinaba aquel hombrón inmenso y fornido, para musitar sus apetencias, mientras iban calculando mentalmente el importe de sus demandas. Instantes después, repletos los bolsillos de su botín, dejaban paso a un nuevo pequeño feligrés. Cuando el último de ellos desaparecía, aquel hombre hacía arqueo del producto de su trabajo de la mañana. Tras un vistazo a cada lado, y tras comprobar que por aquel día, no habría más mocosos ansiosos de cambiar sus perrillas gordas por golosinas, tapaba la bandeja y la aseguraba en la trasera de su triciclo, reacomodaba su corpachón sin piernas en el asiento y empuñaba los pomos de los “pedales manuales“ con los que impulsaba aquel carromato de inválido, para desaparecer a buen ritmo carretera abajo, hacia el barrio del río, hasta el próximo domingo. Nunca conocí su nombre, ni yo ni ninguno de los bribones de mi pandilla. Era – sencillamente - el inválido. Fue- sencillamente - hace mucho. Eran – sencillamente - otros tiempos en los que no se había inventado el eufemismo pretendidamente respetuoso, la mojigata corrección política. Cada cosa por su nombre.- Una de pipas, dos chicles, un chupa de coca-cola …y un sobre… ¡ que lleve el Jabato!
- Tres cincuenta
Octubre de 2013 JMA (José Manuel Ara Encinar)
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