El despertar
¿Dónde estoy?. ¿Qué me ha sucedido?. Estoy tumbado boca arriba en una cama, no recuerdo nada, no puedo moverme, de mis brazos salen sendas conexiones a dos monitores cuyas indicaciones no logró interpretar y no consigo articular ningún sonido. Por mi boca y nariz entran tubos y, sobre mi cabeza cuelga un bote semitransparente desde el que veo gotear, intermitentemente, el contenido de ese bote. El miedo me atenaza. Un sudor frío perla mi frente y no tengo ninguna sensación en ningún miembro de mi cuerpo. Lo único que me funciona, a tres mil revoluciones, es la mente. Tengo que hacer algo para salir del marasmo en que me encuentro y, para ello, solo dispongo de la posibilidad de bucear en mi confundida memoria. No consigo explicarme que nadie acuda a atenderme.
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Mi nombre es Juan, tengo 26 años, soy ingeniero y trabajo en una empresa de Madrid desde hace poco más de un año. El último día que recuerdo empezaba mis vacaciones y, poco antes de salir de Madrid, fui al Hospital Clínico a ver a mi amigo Ramón, compañero de carrera, que había sufrido un gravísimo accidente de coche.
Ramón es un amigo con el que he compartido vacaciones y aventuras en años anteriores pero que este año no ha podido ser por su accidente y porque este año la vacaciones las pensaba compartir con María, una chica de Barcelona que he conocido en un congreso de seguridad vial y de la que me he enamorado casi sin quererlo.
Salí del hospital con el corazón encogido por lo que acababa de ver. Lo de Ramón es demasiado fuerte para asimilarlo, sólo tiene 27 años y está sumido en un coma profundo desde hace más de un mes.
Una vez en el coche, próximo ya el mediodía, emprendí viaje, tratando de desimpresionarme y me dediqué a repasar, no sin cierta complacencia, el último año y medio de mi vida. La entrega con éxito del proyecto de fin de carrera, la contratación, casi inmediata, con una empresa importante que me ha permitido, gracias a un sueldo digno, pasar del estatus de estudiante en apuros a ser un profesional considerado por su trabajo y con desahogo económico suficiente como para comprar un buen coche para este primer viaje de vacaciones. Y para colmo haber conocido y logrado enamorar y enamorarme de María, otra colega de mi misma profesión, guapa a rabiar, simpática, educadísima, con aficiones muy parecidas a las mías y que ha decidido compartir sus vacaciones conmigo. ¿Qué más se puede pedir?. Casi había logrado olvidarme de lo de Ramón.
El tráfico no era muy denso y la conducción resultaba verdaderamente placentera, iba como en una nube y los kilómetros pasaban casi sin sentir. La luz de finales de septiembre daba a los campos una nitidez de paisaje y un contraste de luces y sombras que nada tenía que ver con el aspecto caliginoso que presentaban los campos un mes atrás. Paré a tomar un almuerzo ligero, pensando en el largo camino que me quedaba por recorrer y continué viaje.
Mis pensamientos derivaron otra vez hacia María, aún no me lo podía creer, había quedado con ella en recogerla mañana en Barcelona, porque ella empezaba sus vacaciones un día después de las mías. Quería dormir por el camino en un pequeño hotel de carretera, que conocía de un viaje anterior, para iniciar el viaje con María completamente descansado, con mi mejor aspecto y disposición de ánimo. Mi baja autoestima, a pesar del continuo esfuerzo para reforzarla, buceando en mis pequeños logros recientes, me obligaba a tratar de presentarme ante María como alguien mejor de lo que yo mismo me consideraba.
Al caer la tarde, en el lubricán, a no demasiados kilómetros del hotel, empecé a notar el cansancio del viaje y de las emociones y pensé que tenía que extremar las precauciones en la conducción. Volví a acordarme de Ramón y abandoné la autopista para tomar una carretera de menor tráfico que me llevaría hasta el hotel en el que pensaba pernoctar.
Acostumbrado a la conducción en la autopista el tramo de 20 kilómetros, por una carretera más estrecha y de doble sentido de circulación, se me hizo mucho más largo de lo que pensaba. Ya debía faltar poco para llegar al hotel. Llegaría, haría una cena ligera y me iría pronto a la cama, para madrugar al día siguiente.
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¡Las luces largas del coche que ha parecido en la curva por la izquierda me deslumbran!....¡me deslumbran!.....¡me deslumbran!.....................................................................................................
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¡Señor!........¡Señor!.............¡Señor!........ El empleado del hotel me sacude. ¡Me dijo que le despertara a las ocho!. ¡Le he llamado cinco veces por teléfono y no me contestaba!. ¿Le sucede algo?.
Estoy en la habitación del hotel no me sucede nada, de mis brazos no salen conexiones a ningún monitor ni hay tubos que entren por mi boca ni por mi nariz, el coche lo esquivé en el último momento, cené ligero, me acosté y he dormido, con una horrible pesadilla, como un leño. Aún no se me ha pasado la sensación de pavor.
Debo ducharme, afeitarme pronto y desayunar. ¡María me espera!. No me había olvidado de Ramón. Nunca podré hacerlo.
Felipe Vila
Málaga 3 de Octubre de 2014
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