Cuento nº 15
A la altura del ombligo.
Eran verdes con un jaspeado marrón. Los ojos más bonitos y profundos que había visto jamás; y, ¿para qué engañarme?, también los más cercanos que había visto en mucho tiempo. Se había agachado para mirarme a mi misma altura entre la multitud que abarrotaba aquella cafetería del centro. Recuerdo que el ruido era tremendo y la luz exagerada, pero me quedé clavado en esos ojos que me escudriñaban con curiosidad y en esa voz que tímidamente balbuceaba “Hola, me llamo Ingrid, supongo que Antonio ya te hablaría de mí”.
Apenas conseguí articular un triste “sí”. Probablemente fue lo más absurdo que podría haber dicho, partiendo de que soy periodista y que Antonio no se olvidaría de contárselo a esta chica.
Lo cierto es que desde que miro a la gente a la altura del ombligo, apenas presto atención a otros detalles que no sean la talla del pantalón y la camiseta, igual que los demás sólo tratan de disimular que están fijándose más en mi silla que en mí. Pero Ingrid ya estaba estudiando mi cara antes de que pudiese decidir si su blusa combinaba con sus vaqueros. Sonrió con timidez y justo ahí, me sentí poner de pie.
Irene Rodriguez P 5 de Noviembre 2017
1 comentario:
Precioso cuento! Lejos de lo convencional y el paternalismo, genial!
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